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Abrir el melón y luego cerrarlo

 

Francisco Pomares

 

Ha estado el presidente Clavijo por esos madriles coincidiendo con el debate de (no) investidura, dejándose ver y querer por la Corte, supongo que feliz y satisfecho de que Rajoy se ocupara de la agenda canaria esa. La verdad es que no sé si cuando escribo esto ya ha vuelto o está en camino, lo que sí sé es que hace unos días declaró que de momento no se van a producir los cambios en su Gobierno que había anunciado primero para antes del verano, y luego para después del verano. Parece que en la otra parte del Gobierno, la que pastorea con intenciones congresuales Patricia Hernández, no van a producirse cambios hasta que se celebre el Congreso regional de los socialistas. Aseguran las lenguas pérfidas que cuando montó la parte que le tocaba del Gobierno, doña Patricia trufó los cargos intermedios de lo que ella administra con socialistas con mando en plaza, o paniaguados de socialistas con mando en plaza. Dicen que en la parte del PSOE los hay del tercio familiar por Adeje, del tercio municipal por Güímar y así hasta casi completar el organigrama. No es que eso se diferencie demasiado del sistema de cuotas territoriales aplicado al milímetro por Fernando Clavijo, y que ha convertido el Ejecutivo en un crucigrama lleno de definiciones indescifrables y versos sueltos que riman más con el Cabildo conejero -por poner unos cuantos ejemplos- que con la plaza de Rafael O'Shanahan. Que es donde el Gobierno tiene su particular búnker en Gran Canaria, una suerte de Bastilla parisina en versión arquitectónica estilo remordimiento.

 

Cambiar a los que componen el Gobierno no es fácil, eso lo sabe hasta un párvulo en materia de gobernanza: los gobiernos suelen ser fruto de complejos equilibrios políticos y territoriales. Cuanto más liderazgo hay, menos equilibrios y más por mis bemoles. Pero este Gobierno tiene como cabezas a dos políticos jóvenes que saltaron al Gobierno probablemente empujados antes de tiempo: uno porque había que acabar con los estropicios del Paulinato, y la otra porque vice-Pérez no quería seguir. Ninguno de los dos -doña Patricia y don Fernando- lidera formalmente su propio partido, y ambos se enfrentan a Congresos que habrán de revalidar un mando en plaza aún incipiente. Es lógico que no quieran arriesgarse antes de tiempo.

 

Aún así, es obvio que hay varias áreas del gobierno que -un año después de comenzar su tarea- parece que aún estén aterrizando. Y que a pesar de los esfuerzos multiplicadores de Clavijo, que se desdobla para acudir a todas las reuniones de todos los departamentos (circula la especie de que participa activamente en las del servicio de limpieza), el Gobierno no acaba de actuar como un ente coordinado y con dirección política única. Y no es sólo por las diferencias entre Coalición y el PSOE. Es más bien un problema de taifas.

 

Supongo que Clavijo lo detectó con claridad en su primer año, y que por eso anunció pánfilamente su intención de cambiar parte de su administración antes/durante/después del verano. Pidió a las propias consejerías que analizaran qué funcionaba mal y propusieran cambios, como si el Gobierno fuera una multinacional de bebidas refrescantes con autodiagnóstico estructural. Total, que abrió el melón de los cambios y ahora ha tenido que cerrarlo sin hacer cambios. Porque -con Patricia ocupada en comprar las mejores localidades para su Congreso- sería un poco raro que todos los cambios que se hagan sean de las áreas de Coalición. Clavijo habrá aprendido ya que los cambios de Gobierno no se anuncian, se hacen. Cuando pueden hacerse, algo que casi nunca coincide con cuando convendrían o deberían hacerse...

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