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Contra las primarias

 

Francisco Pomares

 

El PSOE y Podemos se enfrentan a primarias en estos días en Canarias. Nadie discute un sistema que consiste en enfrentar públicamente a distintos candidatos a mandar en un partido, presentada esa pelea como una apertura a la participación de los afiliados, un éxito democratizador de la izquierda. Se trata de un modelo exportado por Estados Unidos, donde los partidos tienen nula capacidad de influir en las decisiones de sus cargos electos, que representan sin complejos intereses de sus territorios, sus electores o los "lobbies" que los financian, y además no se constituyen en garantes de una identidad ideológica y un proyecto programático, sino en meras maquinarias electorales, en las que la clave de la victoria de un candidato tiene que ver poco con su programa o proyecto, y mucho más con su porte actoral, su atractivo mediático y su capacidad para captar financiación. El sistema ha sido importado a Europa porque permite uno de los elementos claves del actual debate público, que es su procesamiento y por los medios como material de "infoocio", como puro espectáculo.

 

El sistema tradicional de la izquierda en la selección de dirigentes se basaba hasta hace no tanto en la búsqueda constante de consensos ideológicos y territoriales en torno a equipos con capacidad de representar a la ciudadanía y gestionar sus intereses. Gente entrenada en sumar apoyos, no en buscar el punto flaco del adversario, gente capaz de articular consensos dentro y fuera de sus propias organizaciones, porque su liderazgo era consecuencia de un sistema de pactos y acuerdos desde la base a la cúspide, que creaba grupos muy cohesionados, fuertes y respaldados, y definía liderazgos capaces de sostenerse en el tiempo durante un par de décadas o más, liderazgos preparados para sufrir derrotas electorales y sobreponerse a ellas.

 

Hoy todo eso ha cambiado. Las primarias fomentan la polémica y el enfrentamiento -mucho más televisivo y mediático que el compromiso y el acuerdo- en los propios partidos. Producen víctimas, derrotados, laminan a la oposición interna, no sólo en el ámbito donde se producen, sino en todos los ámbitos. Se basan en un modelo de buenos y malos y de banalización de las propuestas y discursos, pensados no para hacer pedagogía social y sumar apoyos, sino para destruir al adversario. Las primarias alimentan el juego sucio, el tráfico y falseamiento del voto, la banalidad de las propuestas, la proyección del individualismo y del personalismo como valores políticos, frente a lo social y colectivo. Las primarias dividen a los partidos y a la sociedad, acaban con la unidad de acción partidaria y con el consenso ciudadano. Las primarias conducen a liderazgos acartonados, atados por promesas incumplibles y discursos de trazo fuerte. Son la adaptación de la política al mundo del "reality" y a los programas de famoseo, a la lógica y al lenguaje cada vez más idiota e idiotizante de los medios audiovisuales, que son los que realmente dominan el patio social, construyendo sin pudor alguno personajes sin fondo ni trasfondo que luego destrozan, cuando su novedad deja de resultar atractiva para las audiencias. Las primarias convierten la democracia en un espectáculo gobernado por la tele, y a la política en juego de personalismos perversos y enfrentados a muerte. Las primarias no son más democráticas, porque una sociedad no es más democrática sólo por votar más. Lo es por pensar más, por comprometerse más en la solución de problemas y carencias, por ser más tolerante, por respetar a las minorías, por articular entendimientos que permitan avanzar sin vencedores ni vencidos, por construir valores cívicos de convivencia y progreso colectivo.

 

Y yo en las primarias veo todo lo contrario.

 

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