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El americano feo

José Carlos MAURICIO, LAS PALMAS DE GRAN CANARIA

 

 

Trump actúa como el protagonista de la agria novela que describió a EE.UU. como un país que actúa sin compasión cuando defiende sus intereses * Nunca habíamos visto a un presidente norteamericano tan aislado y, al tiempo, con tanta apariencia de fuerza

 

Lleva solo siete días instalado en la Casa Blanca y en tan poco tiempo ha logrado inquietar, irritar y hasta asustar a casi todos los grandes países del planeta. El fenómeno Trump recorre el mundo, desde Europa a Asia, pasando por Latinoamérica. Todos los continentes le miran con asombro, como si fuera un mal sueño y no estuviera pasando en realidad. Resulta fácil imaginar a Donald Trump en el Despacho Oval, con su sonrisa malévola y flequillo amarillento jugando divertido con el mundo como si fuera una gran pelota, dándole golpecitos para elevarla y para no dejarla caer. Exactamente como Chaplin en el Gran Dictador.

 

El nuevo presidente americano provoca en Europa no sólo desconfianza sino un rechazo frontal. Las encuestas dicen que no le gusta al 90% de los europeos. Incluso en el Reino Unido del brexit, tan alabado por Trump, este solo le gusta al 12% de los británicos. El mismo rechazo se repite en toda Latinoamérica, del norte al sur, de Cuba a Argentina, donde se sienten agredidos y, en el caso de México, humillados. Los mexicanos tienen pesadillas de enormes e interminables muros y en sus conversaciones repiten, obsesionados, un viejo dicho que había sido casi olvidado: “Nuestra desgracia viene de vivir tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. 

 

Los asiáticos se preguntan consternados: ¿Cómo es posible romper en días el gran Tratado del Pacífico que ha costado una negociación de ocho años? Mientras los chinos, aparentemente más serenos pero firmes, recuperan el viejo lenguaje de la guerra fría: “Si desatan guerras comerciales o de otro tipo, todos perderemos. Pero Estados Unidos más. Se podría producir una confrontación devastadora”. Los africanos son los únicos a quien nadie nombra: parecen olvidados y perdidos en el fin, o como quieran llamarlo, del mundo. Lo que, paradójicamente, les ofrece una relativa tranquilidad. 

 

Es decir, Trump contra el mundo. Pero también contra la mitad de su propio país. Lo rechaza el 60% de sus conciudadanos, los que le votaron en contra y una parte de los que no votaron. Las encuestas dicen que en este momento solo le apoya el 40% de la población. Al día siguiente de su toma de posesión, millones de mujeres se manifestaron en las principales ciudades de este país, a favor de los derechos de la mujer, de los inmigrantes y contra el racismo. La Gran Marcha se está convirtiendo poco a poco en un movimiento anti-Trump que crece día a día. Y que está llevando la rebelión a las calles de Estados Unidos. 

 

Nunca habíamos visto a un presidente norteamericano tan aislado y, al mismo tiempo, con tanta apariencia de fuerza. Quizá con la única excepción de Nixon, al que terminaron por expulsar de la Casa Blanca. Eran los tiempos de la guerra del Vietnam, cuando los fantoms americanos quemaban con napalm a un pequeño país asiático. Medio mundo se rebeló, pero no les preocupó, siguieron bombardeando sin piedad. Entonces, el americano tranquilo, defensor de la democracia y salvador de Europa del nazismo, pasó a ser el americano feo, arrogante y cruel, que trataba el mundo como si estuviera a sus pies. Fue entonces cuando un escritor de Iowa, Eugene Burdick, publicó un famoso best seller, que tituló El americano feo. Una novela agria y punzante que describía a un país que actúa sin compasión cuando se trata de defender sus intereses. Exactamente como ahora.

 

7 días 7

 

A pesar de tantas declaraciones incendiarias, el resto del mundo no terminaba de creérselo. Antes de su toma de posesión, se fue creando un estado de opinión que insistía en que el nuevo presidente americano no podría poner en práctica un programa tan torpe como simplista. Porque eso pondría al mundo patas arriba, crearía una cadena de conflictos que llevaría a un desastre económico y político de imprevisibles consecuencias. Por eso se decía, al final los grandes poderes globales no le dejarán. Y pronto veremos que el candidato Trump será sustituido por un presidente Trump distinto, pragmático y prudente. 

 

Pero el día 20 de enero, Trump fue proclamado presidente en la gran explanada de Washington, ante una gran multitud, que Trump, tan exagerado como siempre, calificó como “la concentración más grandiosa de la historia”. Ante tal escenario, aprovechó para lanzar lo que creyó un gran discurso histórico, basado en dos ideas. Una: “América lo primero”. Es decir, hay que defender los intereses americanos sin contemplaciones en todo el mundo, se oponga quien se oponga. “No vamos a permitir –dijo– que nos sigan robando nuestros trabajos y nuestras empresas. Se acabaron por tanto los tratados de libre comercio para volver al proteccionismo”. Y amenazó a las empresas que han invertido fuera: “Vuelvan o las machacamos a impuestos”. Y la segunda idea: “Vamos a traspasar el poder de los políticos de Washington al pueblo”. Una declaración del más puro nacionalismo: acabar con el poder de las élites globales, para devolver ese poder a las élites nacionales, a lo que Trump llama “el pueblo norteamericano”. 

 

El discurso de Trump retumbó como un trueno con amenaza de tormenta en el Foro Mundial de Davos (Suiza), que reunía en ese momento a las llamadas élites globales de todo el mundo. Allí intentaban hacer, por primera vez, una reflexión crítica sobre los fenómenos negativos de la globalización. Y aunque recordaron que la globalización ha facilitado la integración de la economía mundial, con el libre movimiento de capitales, personas, bienes e información; reconocían que ésta ya no está empujando a una economía mundial cada vez más estancada. Con graves problemas políticos y sociales, ocasionados sobre todo por la creciente desigualdad en el reparto de la riqueza. Producto, a su vez, de unos sistemas fiscales ineficaces e injustos. Y con grandes dificultades para avanzar en la lucha contra el cambio climático. 

 

Pero, precisamente, Trump plantea avanzar en una dirección radicalmente contraria a la reflexión que hacían los grandes poderes mundiales reunidos en Davos. Lo que sin duda produjo desconcierto y confusión, que a su vez se agravó con un acontecimiento inesperado, lleno de significado: al Foro Mundial asistía por primera vez el presidente chino, Xi Jinping, que se presentó como un líder mundial en representación de lo que llamó “una potencia global y responsable”. Que defende el libre comercio y la globalización, pero “gobernada de otra manera”. El discurso del presidente de China causó un gran impacto: mientras los americanos parecen querer encerrarse dentro de sus muros, China se ofrece como la nueva potencia responsable, capaz de sustituir a los americanos en el liderazgo global.

 

Es evidente que el mundo empieza a cambiar, pero Trump piensa que cambiar es volver atrás, regresar al futuro. Eso sí, el cambio debe ser hecho por él, solo por él y a su manera. La noche de su proclamación, Trump asistió a la gran fiesta que tradicionalmente se ofrece a los invitados a esta ceremonia. Entre risas y aplausos de los asistentes, salió a la pista de baile acompañado por su rutilante esposa. Solicitó la famosa canción de Frank Sinatra, My way, a mi manera, que es todo un himno al “trumpismo”. Danzó con Melania, majestuoso, complacido, con una amplia sonrisa, mientras Sinatra cantaba: “Soy un títere. Un mendigo. Un pirata. Un poeta. Un peón. Un rey”. Trump se siente todos estos personajes a la vez, pero sobre todo un rey absoluto, sin ningún control. Todo lo hace como quiere, a su manera. A su estilo, resumen de fuerza y carácter. 

 

A su manera, Trump lleva siete días frenético. En los cuarteles de la CIA elogió las torturas y las operaciones encubiertas. Y de la eficacia de las nuevas tecnologías para controlar a los enemigos y los que no lo son. No es extraño que el 1984 de Orwell se haya convertido en estos días en el libro más vendido de Estados Unidos. Luego, en tuits de cada vez menos palabras, anunció el incremento y modernización del arsenal nuclear norteamericano, de la posibilidad de una guerra comercial con China a gran escala. Y su creencia que Europa va camino de la desintegración y la desaparición del euro. Por si faltaba algo, anunció la ampliación de la gran muralla con México. Y aseguró que había cancelado la visita de su presidente, Peña Nieto, porque le había faltado al respeto al no aceptar pagar la construcción del muro. Y para culminar, el acto de Filadelfia, con la presidenta británica Theresa May. Ante un gran número de congresistas y senadores que les aplaudían con entusiasmo, proclamaron con solemnidad “la alianza inquebrantable” entre Estados Unidos e Inglaterra para que “los anglosajones vuelvan a dominar el mundo”, como ocurrió en el siglo XIX, luego en el siglo XX y por lo visto quieren también que continúe en el siglo XXI. 

 

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