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El gigante cansado

 

José Carlos MAURICIO, LAS PALMAS DE GRAN CANARIA

 

EEUU se enfrenta al desafío de negociar y pactar un nuevo orden mundial * Trump ha vuelto a la vieja política aislacionista, mientras Hillary apuesta por seguir siendo el gran superpoder

 

En las dos últimas semanas, se celebraron de forma consecutiva las convenciones de los dos grandes partidos americanos, el Republicano y el Demócrata. Estos dos importantes actos han servido para que los partidos eligieran a sus candidatos a la Casa Blanca para las elecciones del 8 de noviembre. Los demócratas han confirmado a Hillary Clinton, continuadora de la dinastía de los Clinton. Los republicanos, a Donald Trump, un extravagante magnate que en unos meses ha roto todas las viejas convenciones de la política americana. Estas presidenciales serán, sin duda, las más sorprendentes y desconcertantes de la historia de este país.

 

Las dos convenciones cumplieron con todos los tópicos del tradicional estilo americano: un gran espectáculo a celebrar en un amplísimo auditorio, lleno de miles de delegados procedentes de todo el país y que llegan en el clima de fiesta popular. Pero esta vez las pasiones se desbordaron y llevaron a las dos convenciones a rebasar límites que hacía mucho no se alcanzaban. Además de los globos, himnos, ovaciones y vítores, en la convención se coló también el insulto, el rencor y el odio contra los enemigos. En vez de una fiesta de la democracia, las convenciones se convirtieron en una especie de ceremonial de la tribu que se prepara para la guerra. “¡A la cárcel, a la cárcel!”, gritaban los partidarios de Trump cada vez que los oradores hacían referencia a los errores de Clinton con sus e-mails. “¡Corrupta, mentirosa!”, chillaban otros delegados. La convención republicana de Cleveland se convirtió así en la mejor expresión del eslogan principal de la campaña de Trump: Cómo devolver a América su grandeza de nuevo. No fue, por tanto, un acto político, sino más bien una venganza de una parte del pueblo americano contra sus élites políticas y económicas.

 

Para no ser menos, y por las mismas razones, en la convención demócrata de Filadelfia, días después, la señora Clinton fue abucheada de nuevo por los delegados partidario de Sanders, el candidato demócrata de izquierdas que había sido derrotado por ella en las primarias. Ni siquiera el mismo Sanders, defendiendo a Clinton y llamando a la unidad del partido, pudo conseguir calmar a los jóvenes de la nueva izquierda que acusan a Hillary como la representante de Wall Street.

 

El espectáculo de globos y confetis apenas pudo ocultar ante todo el país, y ante el mundo, hasta qué punto está dividida y enfrentada la sociedad norteamericana de hoy. Como muchos explican, son las terribles secuelas de la grave crisis económica y social que ha vivido el mundo en los últimos años. Y que ha agravado el racismo y la amarga confrontación de los más diversos grupos sociales que componen la sociedad americana. Y pone en evidencia también en lo que se ha convertido lo que llaman el legado de Obama. El actual presidente empezó su mandato hace ocho años con un brillante discurso en el que dijo: “No existe una América liberal y otra conservadora. No existe una América negra y otra blanca. Ni una América latina y otra América asiática. Existen solo los Estados Unidos de América”.

 

Las hermosas palabras de Obama contrastan con la realidad. El fenómeno Trump ha demostrado que la América unida e integrada que describía Obama no existe y sus conflictos sociales estallan por todas partes. Con sus bravuconadas y groserías, Donald Trump ha puesto de manifiesto una fractura social y una profunda crisis de identidad. Y eso es lo que explica “la ola Trump”, hasta llegar a ser designado candidato a la Presidencia de Estados Unidos por el viejo partido de Abraham Lincoln. Y lo que es aún más preocupante: con posibilidades de ganar, según la última encuesta de Gallup.

 

Trump ha logrado arrastrar a todos los marginados y desencantados por la globalización, a los afectados por la enorme desigualdad en el reparto de la riqueza en este país, que crece cada año más y más. Acusa a Hillary de ser parte de las élites que han llevado a la crisis de la nación. Como todos los populismos, su base es la anti política. Trump describe un país que ha perdido la seguridad. Que se ha convertido en un país vulnerable y en declive, donde ha crecido el crimen y la violencia racial. Y exige mano dura contra el terrorismo y la inmigración.

 

Sobre todo contra la inmigración mexicana y para pararla ofrece levantar una enorme muralla en la frontera con México. Y, aún más, dice: “Deben pagarla los mexicanos o adoptaremos represalias”. Un famoso escritor mexicano, Enrique Krause, escribió estos días con la exageración que refleja su profunda conmoción: “Si Trump llega a ser presidente, por increíble que parezca, los mexicanos estaremos al borde de una nueva guerra con nuestros vecinos del norte. La primera guerra fue devastadora. Está sería aún peor”. La conclusión es exagerada, pero refleja el estado de ánimo de los mexicanos ante las amenazas y el desprecio del candidato a presidente de los Estados Unidos. Los mexicanos han vuelto a recordar la vieja máxima: “La tragedia de México es vivir tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.

 

El miedo y el cinismo

En respuesta a la convención republicana de los días anteriores, Obama hizo un discurso duro y enérgico en la convención demócrata. Fue a un enfrentamiento directo con Trump y llamó a combatir a los políticos cínicos que utilizan el miedo para manipular a los ciudadanos. Explicó la otra visión del país: “No es verdad –dijo– que Estados Unidos sea un país en crisis y declive. Es mentira, seguimos siendo un gran país líder del mundo. Es verdad que tenemos que afrontar nuevos y difíciles retos. Pero sabremos hacerlo y lograremos derrotar al miedo y al cinismo”. Hillary repitió casi lo mismo en su discurso de aceptación: “No queremos murallas sino puentes. Unidad del país y no división”. Llamó a una gran alianza. Primero de las mujeres: ella ya se ve como la primera mujer presidenta de Estados Unidos, “aunque no la última”, como dijo Meryl Streep. A las que hay que unir a los latinos, los negros, los trabajadores blancos y al conjunto del país para derrotar a Trump. Hillary prometió revisar o frenar los grandes tratados que empobrecen al pueblo norteamericano, entre ellos el discutido tratado con Europa. Y trabajar por construir una nueva América integrada y no enfrentada. Juntos para ser más fuertes, como dice su eslogan.

 

El superpoder

Por desgracia, las cosas no son tan simples por mucho que a los americanos les gusten así. El gran poder americano que ahora representa Obama y al que, probablemente, le de continuidad Hillary Clinton, se equivocaría si creyera que el fenómeno Trump y los crecientes populismos europeos son solo la expresión de demagogos, políticos cínicos que utilizan y manipulan el miedo y el sufrimiento de la gente ante las continuas y sucesivas crisis. Son también la expresión del fracaso de las políticas americanas y europeas en las últimas décadas, que está dejando un mundo lleno de problemas y conflictos cada vez más enconados. Las crisis, la corrupción del poder y las desigualdades se han convertido en un problema dramático a escala mundial, que está alimentando los populismos más inquietantes.

 

Así estamos ante un escenario lleno de conflictos que parecen irresolubles. Oriente Medio y el Norte de África son un terrible avispero de guerras y terrorismo. América Latina no termina de encontrar su vía para un progreso sostenible. Asia es cada vez más el escenario de la confrontación de las dos superpotencias. Las fronteras de Europa están en llamas: conflictos con Rusia, Turquía y Norte de África, que debilitan Europa con emigraciones masivas y terrorismo.

 

En este mundo tan desestabilizado, los Estados Unidos discuten con creciente confusión cómo hacerle frente. Con toda su simpleza y brutalidad, Trump ha vuelto a la vieja política de los aislacionistas, de gran tradición en la historia americana. Propone replegarse, reducir el gasto militar y la OTAN a niveles mínimos. Propone que Estados Unidos abandone su papel intervencionista en el resto del mundo. Y quiere centrarse en recuperar sus sectores económicos tradicionales y el modelo social de la vieja sociedad americana. Refleja, por tanto, el cansancio del superpoder, harto del insoportable gasto militar y de las fuertes tensiones que tiene que soportar hacer de sheriff en todos los conflictos.

 

Hillary, por el contrario, apuesta por seguir siendo el gran superpoder del mundo. “La América necesaria”, como ellos dicen. Que juega el papel de tutela en los equilibrios mundiales. En el fondo, tanto Obama y Clinton como el poder económico, financiero y militar de Estados Unidos trabajan para que el siglo XXI vuelva a ser “el nuevo siglo americano”, como ya lo fue el siglo XX. El problema es que eso ya no es posible: las nuevas potencias emergentes ya no aceptan un solo poder global. Los americanos se enfrentan en los próximos años al desafío de negociar y pactar un nuevo orden mundial. Y si no lo consiguen, América vivirá permanentemente en el conflicto, intentando llevar sobre sus hombros un mundo cuyo peso no podrá soportar el gigante cansado.

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