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El largo y cálido verano

 

A 42 días del 26 de junio, los partidos han iniciado antes de tiempo la campaña electoral. Por lo visto, después de seis meses de campaña interminable, aún les quedan cosas importantes que contar a sus electores. Para empezar, Rajoy ha emitido un vídeo desde Moncloa para recordarnos que sigue siendo presidente del Gobierno y que se presenta a estas elecciones para revalidar el puesto. En el vídeo nos insinúa que los demás son candidatos incompetentes y sin experiencia para gobernar. Y, por tanto, con pocas probabilidades de ganar. Rajoy aprovechó también la ocasión para solicitar los apoyos necesarios que salvaguarden la recuperación económica y salven a España de los peligros del radicalismo y los populismos.

 

Por lo que se ve, los populares apuestan por una campaña de bipolarización y confrontación, en que la derecha conservadora se enfrente con firmeza a los extremismos de izquierda. Así pretenden marginar al PSOE y a Ciudadanos, como opciones menores que juegan en una cancha secundaria, fuera del territorio central de la confrontación. El PP aspira a recuperar votos de derecha que en las anteriores elecciones se fueran a Ciudadanos, acusando al partido de Rivera de traición a su electorado al aliarse con el PSOE. Y, de paso, conseguir que votantes socialistas se pasen a Ciudadanos ante el temor de un posible acuerdo del PSOE y Podemos.

 

Se trata, por tanto, de forzar una campaña que provoqué un importante corrimiento del voto hacia la derecha. Y conseguir que la suma de los diputados de PP y Ciudadanos alcance los 176 necesarios para gobernar. Para que la operación funcione hace falta que Podemos eche una mano. Que avance y se fortalezca lo suficiente para que los sectores conservadores españoles se asusten y piensen que los radicalismos son un peligro real con posibilidad de gobernar. Para ello es necesario estimular lo que otras tantas veces ha dado buen resultado: el voto del miedo. El papel que se le asigna, Podemos lo representa a la perfección: nada más empezar la campaña, Iglesias ya se ha presentado como el futuro presidente, “con Sánchez de vicepresidente”. Y aunque lo ha bajado de nivel, Sánchez tendrá que seguir agradeciéndoselo a “la sonrisa del destino”.

 

Mientras tanto, el PSOE y Ciudadanos se aprestan a defender el espacio del centro: el centro derecha y el centro izquierda. Ese espacio donde nacen siempre las iniciativas reformistas en los países que se encuentran en tiempo de cambio político. La pregunta es: ¿cuánto espacio de centro hay en este momento en nuestro país? ¿Hay espacio suficiente para impulsar reformas democráticas, o no? En la anterior transición española, de 1975 a 1978, las fuerzas del centro ganaron las dos primeras elecciones democráticas. Las del 77 y las del 79. Gracias a ello se pudo hacer el gran pacto constitucional. Entre UCD y el PSOE, entre Suárez y González, contaban con cerca del 70% de los votos y de los diputados. Ahora Sánchez y Rivera solo cuentan con el 35%. Es decir, la mitad. Y como ha quedado demostrado en los últimos meses, con esa fuerza no se puede ni hacer las reformas, ni gobernar.

 

La verdad es que la profunda crisis económica y social que hemos sufrido ha llevado a una fuerte polarización del mapa político en España, con una radicalización hacia los extremos. De ahí el resultado del 20-D, que hizo de España un país ingobernable. Se han tenido que repetir las elecciones y lo preocupante es que las encuestas vuelven a anunciar un resultado muy semejante, que podría producir el mismo bloqueo en que estamos ahora. Según el CIS, el mapa político español en la foto de este momento es el siguiente: el PP, el 27% de los votos, entre 120 y 125 diputados; Ciudadanos, alrededor del 15%, entre 40-45 diputados; el PSOE, el 22%, entre 85-90 diputados. Y Podemos más IU, entre el 22 y 23%, alrededor de 80 diputados, porque no le beneficia el actual sistema electoral.

 

Esto supone que entre la derecha y centro derecha sumarían entre 160-170 diputados y no lograrían mayoría para gobernar. Si al centro izquierda se le suma la izquierda, PSOE-Podemos, alcanzarían una suma parecida: 160-170. Y tampoco lograrían la mayoría. Y aún menos la suma PSOE-Ciudadanos. Por tanto, la previsión del CIS nos lleva a una reñida y dura campaña electoral. Suenan tambores de guerra. Todos contra todos: no hay amigos, todos son enemigos. En la lucha por el poder, todo vale. Lo único que importa es ganar, lo demás se olvidará. En la campaña volverá a valer descalificar, insultar y hasta mentir. Estamos en combate y, como se ha dicho tantas veces, cuando empieza la guerra la primera víctima es siempre la verdad.

 

A una campaña electoral caliente le seguirá, después del 26 de junio, inevitablemente una negociación tensa, complicada y difícil, que durará todo el verano, un largo y cálido verano. Pero esta vez, necesariamente, les guste o no, los partidos tendrán que pactar. Y para ello se verán obligados a renovar a sus candidatos. No es casualidad, que García Margallo estos días haya salido con propuestas originales. Montoro ha tenido que quedarse asombrado cuando oyó decir al actual ministro de Asuntos Exteriores que “nos hemos pasado cuatro pueblos en la aplicación en las políticas de austeridad”. Sáenz de Santamaría no sé si bailará en esta campaña electoral, pero lo que es seguro es que también ofrecerá propuestas nuevas. Susana Díaz, por su parte, se dejará ver lo más posible por encima de Despeñaperros. Pero también hay que saber que en política, como en las carreras, hay liebres y tapados.

 

¿Y Canarias a dónde va? 

Lo que parece claro es que los resultados de las elecciones generales ayudarán a configurar de forma decisiva el mapa político canario para los próximos años. De momento, la política canaria vive en una especie de impasse, pendiente de lo que pase en Madrid. Durante todo este año, el Gobierno autonómico está casi paralizado, a ratos juega con el ITE, otros con el suelo, y poco más. Sabe que sus grandes retos, sus grandes decisiones, dependen de la negociación con el Gobierno de España que surgirá al final del verano.

 

En esa negociación, Canarias se la juega. Del modelo de financiación autonómica que se pacta dependerá la financiación de los dos servicios públicos esenciales: la educación y la sanidad. En la reforma y ampliación del REF, se juega la posibilidad de la internacionalización y el cambio de modelo económico. De los planes de infraestructura y los planes de innovación y empleo, se juega la posibilidad de avanzar hacia una economía de desarrollo sostenible o de volver a caer en la economía de low-cost que nos llevó a la crisis. Es decir, nos enfrentamos a grandes desafíos que exigen respuestas a la altura del reto. Pero la realidad es que los partidos políticos canarios y sus líderes, que están todos en fase de cambio y renovación, ofrecen un cuadro preocupante de inmadurez e inconsistencia.

 

El PP ha quedado descabezado, anda desorientado, confuso y sin norte. Con la dificultad que supone sustituir el fuerte liderazgo de Soria, que marcó toda una época. Es hoy un partido dividido en luchas de familia por la herencia. Incapaz de hacer una reflexión autocrítica sobre la desastrosa política del Gobierno de Rajoy con Canarias en los últimos cuatro años. Sin esa autocrítica, el PP no podrá recuperar el importante papel que ha jugado en la política canaria en las últimas dos décadas.

 

El Partido Socialista de Canarias vive también un tenso proceso de renovación interna. Renovación que será distinta si gana Sánchez o Susana Díaz, si el PSOE participa en el Gobierno de España o se queda en la oposición. Estos grandes dilemas dividen y enfrentan a los socialistas canarios y les paraliza para la acción política. Precisamente en un momento en que este partido ha quedado mejor colocado en el mapa político de las Islas después de las elecciones municipales, de cabildos y autonómicas del año pasado. Estas le han permitido hacer compatible dos opciones aparentemente opuestas: por un lado, un gobierno a dos con Coalición Canaria, aunque lo vive en permanente conflicto. Y, por otro, integrarse en gobiernos de izquierda en Gran Canaria, con Nueva Canarias y Podemos, que parecen funcionar sin tensiones importantes. Es decir, los socialistas canarios han vuelto a recuperar la centralidad política, clave para gobernar, que ya ocupó Jerónimo Saavedra hace años y que después perdió.

 

Esa centralidad la ocupó desde 1993 Coalición Canaria. Y le ha permitido gobernar ininterrumpidamente desde entonces. Pero ahora ha iniciado también el camino para perderla. En política, primero se pierde la posición y pocos años después, el poder. En eso anda la renovada Coalición Canaria, tras abandonar su identidad nacionalista e irse convirtiendo poco a poco en un partido conservador, regionalista o insularista, de perfil bajo, del tipo de Unión del Pueblo Navarro, Partido Aragonés Regionalista o el Partido de Revilla, de cuyo nombre ahora no puedo acordarme.

 

Por último, Podemos Canarias es, de momento, solo una protesta organizada, una amalgama de pequeños grupos que no han logrado aún convertir esa protesta en una propuesta política que responda a las necesidades específicas de Canarias. Quizá en el futuro tenga tiempo para hacerlo.

 

En definitiva, nos encontramos ante un panorama poco esperanzador. Una generación de políticos jóvenes ha sustituido en poco tiempo a la generación anterior, que a su vez había reemplazado a la generación de políticos surgidos de la transición a la democracia. Es verdad que nadie nace sabiendo, se aprende poco a poco y los jóvenes necesitan tiempo para equivocarse y aprender. Pero el problema es que estamos viviendo tiempos tan complicados que exigen soluciones urgentes y difíciles. Y no se puede esperar. El único recurso de verdad escaso que tenemos es el tiempo, ante la encrucijada histórica a que nos vamos a enfrentar a partir del 26 de junio.

 

 

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