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No es mucho pedir

Por Antonio Salazar 

 

Los guardianes de la corrección política tienen otra muesca que anotar en su infame revolver. Tras la denuncia periodística sobre un restaurante en Las Palmas de Gran Canaria que buscaba una “camarera guapa y elegante sin importar el color de la piel”, el muy prescindible Instituto Canario de Igualdad se apresuró a anunciar que lo denunciaría ante la Inspección de Trabajo. La directora del ente, la impar Claudina Morales, arguyó que ese anuncio “tiene tintes discriminatorios en cuanto al perfil que se pide, se sigue valorando no la cualificación si no el hecho que tenga presencia determinada atractiva, guapa y elegante, además de otros comentarios como el que no importa que sea de color. No es la profesionalidad lo que se valora” (sic). Lo primero que llama la atención es que proceda tan curiosa afirmación de una política con muchos años en activo, actividad en la que sabemos que los méritos y profesionalidad no son los primeros requisitos para acceder a cargos, al contrario, suele “discriminarse” en función de cuotas (listas cremalleras, no más del 60% del sexo mayoritario) o procedencia (para acceder al Gobierno regional). Lo segundo, tiene cierto mérito denunciar desde el impagable, sobre todo impagable, Instituto Canario de Igualdad, que no importe el color de piel de la aspirante. Cabe suponer cuál sería la reacción de la afectada Morales en el caso de que sí hubiesen considerado limitante el color de la piel. O igual no, que nos hacemos un jaleo. Por último, da por supuesto que la profesionalidad no se exige cuando es un prerrequisito que está implícito porque nadie en su sano juicio, salvo que sea político en activo con muchos trienios, contrataría a “una joven guapa y elegante sin importar el color de su piel” si a cambio tira las pizzas o bebidas encima de sus clientes.

 

El fondo del asunto es que, en ese afán igualitarista, pretendemos ver cosas extrañas donde no las hay. O mejor, donde no está mal que las haya. La discriminación es habitual que sucede cada vez que tenemos que elegir y no parece que sea algo necesariamente perverso: usted, amable lector, discrimina a los buenos de los malos médicos cuando tiene una afectación en la salud. Pero no solo, normalmente somos sometidos a juicios para evaluar nuestras capacidades y se discrimina en función de los resultados. Por ejemplo, este humilde articulista no ganará nunca el Premio Pulitzer pero será por falta de capacidad y talento, no fruto de la manía persecutoria de su jurado. Siempre se puede, llevando esa pulsión igualitaria hasta sus últimas consecuencias, imitar a Mao Zedong, quien en una de sus revoluciones fallidas a la que tan aficionado era, decidió atribuir el trabajo de los agricultores a los ingenieros y el de éstos a los de aquellos, con un éxito perfectamente previsible.

 

Si el dueño del restaurante Clipper decide contratar en función de sus particulares parámetros, el Gobierno no debería entrometerse, menos con una argumentación tan enclenque. Existen rentas derivadas de la belleza (prima de la belleza o beauty premium) que son conocidas hace años por los economistas y psicólogos. Los trabajadores más atractivos, con independencia de su sexo, ganan más (entre un 10 y un 15%) que los menos afortunados pero tal cosa no ocurre porque los empresarios tengan manía a los feos, sino porque suelen mostrar una mayor autoconfianza, que es un atributo apreciado por las empresas, como acreditaron hace ya un tiempo los profesores de Harvard Mark Mobius y Tanya Rosenblat. ¡Ya está bien! Si no podemos evitar que estos políticos enganchen un cargo tras otro sin apenas acreditar mérito alguno, al menos que nos dejen en paz. No es mucho pedir.

 

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