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Nueva y vieja política

Francisco Pomares

 

Tiempo de congresos: con el de Ciudadanos ya celebrado, Podemos y el PP celebran este fin de semana en Madrid sus propios concilios, con problemas y conflictos diferentes, y con dos modelos de hacer las cosas bien distintos.

 

El PP se enfrenta a la cuestión del mando con la unanimidad característica de los partidos en el Gobierno. Nadie de los que quedan dentro discute el liderazgo de Rajoy, todos se han vuelto "marianistas". Apenas se escuchan los ecos lejanos de las maldiciones de un Aznar rencoroso que no acaba de aceptar que su sucesor puesto a dedo haya volado hasta el último ladrillo del edificio de su legado. Sin discutirse la continuidad de Rajoy, el Congreso del PP es apenas un asunto de ajustes menores entre el líder y los poderes fácticos del partido, sus territorios y sus barones. Esos ajustes, la parte más intensa y reñida de los congresos en los partidos de la vieja política, se producirán a puerta cerrada mientras los compromisarios se entretienen discutiendo y aprobando ponencias y resoluciones que se adaptan luego a las necesidades reales de la vida política, sus compincheos y componendas. La mayor parte del congreso será propaganda televisada para consumo de afiliados y votantes y discursos de autoafirmación. Así funciona la democracia partidaria: decisión sobre los liderazgos, reñidos compromisos internos, mucha propaganda y algo de redacción para añadir al corpus ideológico del PP y su inacabable colección de adendas. Al acabar el congreso, tendremos más Rajoy, más aplausos y alguna sorpresa en la composición de los órganos de dirección y control del partido. Y para los entusiastas, un conjunto de papeles que sólo leen ellos.

 

La nueva política venía a romper todo eso. Pero hay parte de la nueva política -la que representa Ciudadanos, por ejemplo- que ni es tan nueva en las formas ni ha tenido grandes problemas para copiar y asumir el sistema de los partidos tradicionales. El Congreso de Ciudadanos no se diferenció del de cualquier otro partido tradicional. Lo nuevo en ellos no es la forma de hacer política, son ellos mismos. Y eso cambia pronto, en cuanto pasa un poco de tiempo.

 

Podemos es otra cosa: empezaron negando la mayor, ser un partido, para venderse como un movimiento heredero de esa #Spanish Revolution que nació en la Puerta del Sol y murió en las elecciones generales de diciembre de 2015. El sueño de la nueva política sobrevive con dificultad una existencia virtual en internet y las redes, pero el resto del tinglado envejece irremediablemente. El formato de "Vistalegre 2" encierra una participación previa digital que está bajo sospecha después de saberse que en el pasado todas las facciones y camarillas hicieron trampas o al menos lo intentaron. Miles de miembros de los Círculos deben elegir entre un liderazgo para el que -formalmente- sólo se presenta Pablo Iglesias. Pero el desastre está asegurado, porque el Partido del Amor se ha contagiado de los odios de la red, y todo el mundo se detesta. Alegre está triste porque Monedero conspira, Monedero desprecia a Errejón, Errejón no se fía de Iglesias, Iglesias se ha quitado de encima a la Bescansa... Así está el patio. Con esos mimbres, la enfermedad infantil de Podemos no es ya su izquierdismo, sino el conflicto de egos. Ocurra lo que ocurra, lo que vemos es el final del amor universal y los ósculos. Una lucha por el poder tan vieja como la primera guerra civil de la República Romana que enfrentó a Mario y Sila. La nueva y la vieja política son exactamente lo mismo: peleas por mandar.

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