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Partidos (en trozos pequeños)

 

 

 

 

A BABOR FRANCISCO POMARES

 

El socialista Ángel Víctor Torres comprobó el lunes en sus propias carnes que en su ejecutiva, la que él nombró, ya no es tiempo de unanimidades: el presidente del partido, José Miguel Rodríguez Fraga, votó contra la propuesta de Torres para que Rafael Yanes sea designado por el Parlamento como candidato a ocupar la plaza de Diputado del Común, sustituyendo a Jerónimo Saavedra. Fraga quería para el puesto a la abogada María Dolores Pelayo, candidata propuesta por Patricia Hernández, aunque ni siquiera llegó a proponerla, porque el antaño todopoderoso alcalde de Adeje, ex secretario general del PSOE tinerfeño, sabía que solo contaba en la ejecutiva con el voto de uno de sus leales, José Luis Delgado. Ángel Víctor optó por apoyar al más "sanchista" de los "sanchistas" tinerfeños -Rafael Yanes- después de que su propio candidato -José Segura- fuera vetado por el mandamás en la sombra del PSOE lagunero, Pedro Ramos.


Les aburro con los pormenores de estas pedestres maniobras orquestales, no porque sea especialmente relevante quien decide el PSOE que pase a ocupar la Diputación del Común, una entidad que debería ser para un jurista imparcial. Saavedra -que fue sacristán antes que fraile- tuvo que renunciar a seguir afiliado al PSOE, y es evidente que Yanes tendrá que hacer lo mismo. Pero está claro que la intención de la ley no era lograr que quienes ocupen la Diputación del Común tengan que renunciar a su militancia, la intención de la ley era promover que los aspirantes fueran elegidos entre personas independientes. Les aburro, en fin, con los pormenores porque lo sucedido en la ejecutiva de ayer pone de manifiesto dos cosas que definen hoy la realidad del socialismo español y por supuesto del canario. Una es el lastimoso estado de postración orgánica, parálisis política y liderazgos cuestionados, que el sistema de primarias generalizadas -tanto para los puestos públicos como para los cargos orgánicos- ha logrado trasladar al PSOE, contagiando de conflicto y bronca todas sus estructuras. La otra es la eclosión pública de esas diferencias crecientes, sobre todo cuando llega el momento de repartirse cargos y canonjías.


Los partidos políticos -y no solo el PSOE- se han convertido en los últimos años en organizaciones raquíticas en lo que se refiere a influencia social o empuje transformador. La gente no vota porque esté de acuerdo con sus programas y proyectos, sino porque votando a unos quiere evitar que ganen los otros. La gente desconoce realmente cuáles son las posiciones políticas o ideológicas de los partidos, lo demuestran los recientes sondeos. Eso es así, entre otras cosas, porque los partidos ocupan la mayor parte de su tiempo y de su esfuerzo en cuestiones orgánicas, organizativas y electivas, convirtiéndose en meros proveedores de cargos públicos.


Las votaciones para decidir quién manda en el partido y para decidir a quiénes se coloca en los puestos públicos disponibles, para que los que mandan puedan seguir haciéndolo más tiempo, o para premiar a quienes apoyan a los que mandan, esas votaciones y procesos consumen hoy el tiempo antes reservado al debate político y la elaboración de propuestas y programas. Es una desgracia, pero es exactamente eso lo que ocurre, mientras los partidos se fraccionan en familias cada día más pequeñas, más enfrentadas y a las que solo interesa el poder. Esa tendencia afecta también a los nuevos partidos, los que nos iban a traer la regeneración democrática y hacernos tocar el cielo. Y no parece que la situación vaya a cambiar mucho en un futuro próximo.

 

 

 

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