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Pólvora ajena

 

Francisco Pomares

 

Hasta hace unos años, yo era de los que creía -en relación con el salario de los políticos- que lo importante no era lo que ganaban, sino si se lo ganaban, si su trabajo merecía la pena, resultaba de utilidad para el conjunto de los ciudadanos. Luego vino la crisis, y con ella la percepción de que empezábamos a instalarnos en una sociedad de tres velocidades: una de gente privilegiada que se lo lleva crudo, otra de gente con dificultades para llegar a fin de mes y otra de gente embarrancada en la pobreza. Lo más aterrador fue descubrir que centenares de miles de personas y familias de clase media comenzaron a despeñarse sin remedio en dirección a la pobreza, mientras quienes mejor estaban seguían estando cada vez mejor. Entre ellos los políticos, que suelen tener salarios que los colocan -incluso a los de los niveles retributivos más bajos- por encima del resto de los funcionarios públicos. Entre los escándalos recurrentes de la corrupción y el rechazo a ese estado de cosas, ocurrió que algunos políticos entendieron la necesidad de hacer algo, un gesto hacia una ciudadanía castigada hasta la extenuación. Ese gesto, anunciado como una gran cosa, fue reducirse los salarios en la misma exacta proporción que se obligó a hacerlo al resto de los funcionarios públicos, entre un cinco y un quince por ciento. Pero cuando llegó la hora de esa reducción, cacareada como un enorme sacrificio, la mayor parte de los ciudadanos que aún lograban mantener sus puestos de trabajo y no pertenecían a la función pública ya habían visto sus salarios reducidos más que eso. Además, aunque de eso no se dijo ni pío, no se tocaron las dietas y compensaciones de los cargos públicos, una muy bien dotada red de pequeñas y no tan pequeñas canonjías.

 

Se ha vuelto a recordar estos días que los diputados del Parlamento de Canarias ingresan de media alrededor de 9.000 euros anuales en dietas, aparte su sueldo, que es de entre algo más de 50.000 y 78.000 euros año. Es muchísimo dinero. Pero también es verdad que no todos se embolsan lo mismo. Los miembros de la Mesa y portavoces de los grupos, sobre todo si proceden de islas periféricas, pueden superar los 20.000 euros anuales en dietas, mientras que algunos diputados de a pie, de los que no se mueven mucho, cobran por debajo de los cinco mil. El Parlamento se gasta más de medio millón de euros al año en dietas, una cantidad a la que hay que sumarle los suculentos salarios que cobran la mayoría de sus señorías, cincuenta y tres de sesenta, que son los que han optado por tener dedicación exclusiva a sus tareas parlamentarias.

 

El Parlamento decidió este pasado mes de febrero encargar un informe comparativo sobre el funcionamiento del sistema de dietas en otras cámaras regionales. Se trata de decidir si se cambia el sistema, aunque sólo dos de los diputados del Parlamento canario -ambos militantes de Sí se Puede, del grupo Podemos- han renunciado a percibir dietas: se trata de los tinerfeños Asunción Delgado y Francisco Déniz. El resto de los diputados, incluyendo los restantes de Podemos, que han solicitado que se modifique la cuantía de las dietas y la forma de percibirlas, siguen cobrando sus dietas, cuya percepción -además- no tributa por ningún concepto. Cuatro meses después de anunciarse el encargo del informe, aún no se ha tomado ninguna decisión. ¿Habrá que esperar mucho más? Creo que es excesivo que haya señorías que rocen los cien mil euros al año. De hecho, ya puestos, creo que va siendo necesario replantear que a esta región le hace falta un Parlamento con 53 diputados en dedicación exclusiva...

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