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Puerto Rico, Puerto Pobre

Jose Carlos Mauricio

En estos últimos días, se vienen produciendo una serie de acontecimientos que dan la impresión que no tienen relación entre sí y, sin embargo, sí la tienen. En Puerto Rico se ha celebrado el séptimo Congreso Internacional de la Lengua Española. Al mismo tiempo, el Parlamento español ha abierto un primer debate sobre la llamada Agenda Canaria, que incluye la reforma del Régimen Económico y Fiscal de las Islas. Es decir, cómo encajar adecuadamente una sociedad insular en un espacio continental alejado. Debate que también se está produciendo en Puerto Rico. Y en los próximos días tendrá lugar la histórica visita de Obama a La Habana, con la intención de superar el conflicto entre Estados Unidos y Cuba y que va a suponer un cambio profundo en el futuro del Caribe.

 

No podemos olvidar que hace poco más de cien años, las grandes islas del Caribe: Cuba, Dominicana y Puerto Rico constituían, junto a Canarias, las provincias ultramarinas de lo que quedaba del viejo imperio español. Pero al final del siglo XIX, la guerra de Estados Unidos con España acabó por liquidar un imperio de cuatrocientos años. Y cada una de estas islas inició un camino diferente hasta alcanzar cada una un estatus económico y político especial. A Canarias se le ratificaron y ampliaron sus libertades comerciales establecidas por la Ley de Puertos Francos. Se le hicieron concesiones y siguió siendo una provincia española.

 
Las otras no. Cuba pasó a ser un protectorado norteamericano –con la enmienda Platt, incluida en su Constitución– y solo se liberó de su dependencia colonial con la revolución castrista. Dominicana se constituyó en una república independiente, pero también tutelada durante décadas. Puerto Rico fue una colonia hasta que se le concedió el estatuto de Estado Libre Asociado. Lo que le permite contar con un régimen económico y fiscal especial, con un Parlamento y un casi Gobierno propio, pero dentro de la soberanía, bandera, moneda, frontera y Ejército norteamericano. Una situación tan especial que a los portorriqueños no les resulta fácil de explicar. Y lo simplifican diciendo que es un estatuto de autogobierno dentro de Estados Unidos, lo que les permite hacer compatible su identidad hispana y al mismo tiempo norteamericana.
 
Los tres millones y medio de ciudadanos de Puerto Rico son en su mayoría bilingües: hablan fluidamente español e inglés. Y lo alternan con naturalidad, como si fuera un mismo idioma. Pero sus televisiones y sus canciones, y yo diría que hasta sus emociones, son en español. En términos políticos, esta sociedad está dividida en dos partes: la mitad afirma su identidad hispana y caribeña; la otra mitad se siente norteamericana y lucha desde hace décadas, sin conseguirlo, por convertir a Puerto Rico en el 52 Estado de la Unión. Durante años, el estatuto económico especial de la isla funcionó bien. No pagaban impuestos americanos y, sin embargo, recibían inversiones e importantes subvenciones sociales. Aún así, casi dos millones de portorriqueños tuvieron que emigrar a Estados Unidos. Viven principalmente en Nueva York (en el Bronx), Chicago y Miami-norte y envían remesas a sus familias. Para aprovechar su fiscalidad especial, Puerto Rico se ofreció a las empresas norteamericanas para que se instalaran en la isla y aprovecharan desde allí el libre acceso al mercado norteamericano. Algo parecido a lo que ha intentado Canarias con su REF, sin éxito y también parecido al modelo irlandés, que ha tenido un enorme éxito en el marco europeo.
 
 
Con este marco, Puerto Rico ha conquistado un nivel de sociedad intermedia pero del primer mundo, equivalente en sus rentas a la sociedad canaria, pero que contrasta claramente con el atraso de las grandes Antillas, en especial Cuba. Lo que la ha convertido en un excelente escaparate propagandístico de las consecuencias que tiene el llevarse bien o mal con Estados Unidos. 

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