PUBLICIDAD

PUBLICIDAD

A+ A A-

¿Qué te ha pasado, Europa?

Jose Carlos Mauricio

 

Hace pocos meses, en mayo de este año, se celebró en la hermosa sala Regina del Vaticano, el acto de entrega del prestigioso premio Carlomagno al Papa Francisco. Al importante acontecimiento asistieron setecientas personalidades del mundo de la ciencia, las artes y la política europea. Entre otros, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk; el de la Comisión, Jean-Claude Juncker; el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schultz; el rey de España Felipe VI. Y de forma destacada, la canciller alemana Angela Merkel, considerada la líder más influyente del continente.

 

Como suele ocurrir con el Papa Francisco, su discurso de aceptación se salió de los tópicos y la retórica habitual y, para sorpresa de todos, entró en una denuncia directa, clara e incisiva de la profunda crisis moral y política que sufre el viejo continente. Francisco se preguntó: “¿Qué te ha pasado, Europa?”. Y él mismo se contestó: “Los grandes ideales han perdido atractivos. Europa parece en declive, ha perdido capacidad para actuar con efectividad ante los problemas”.

 

Los líderes europeos pensaron que habían venido solo a entregar un premio y se llevaron a cambio una fuerte reprimenda: Bergoglio habló sin tapujos de la crisis económica y social, de la mala gobernanza política y de la crisis de valores. Denunció: “Algunos Estados miembros que se han especializado en ponerse de perfil en cada una de las crisis del continente”. “Que son muchas”, recalcó. Entre las muchas no pudo citar el Brexit, porque aún no se había producido. Un mes después se convertiría en una de las más acabadas expresiones de la profundidad de la crisis.

 

“Europa se está atrincherando”, dijo Francisco. Y añadió: “Buscando soluciones con un rendimiento político cortoplacista, fácil, efímero… Hay que pasar de una economía líquida, basada en la especulación y la corrupción, en la deuda y los intereses, a una economía social”. Ante la sorprendente denuncia del Papa, Juncker, en primera fila, se removió incómodo en el asiento, mientras Schultz sonreía complacido.

 

“Frente a la tentación de replegarse, Europa tiene que recuperar su identidad”, advirtió el Papa. Y explicó: “Su identidad es esencialmente dinámica y multicultural. Debe promover sus valores humanistas. En definitiva, hace falta coraje para renovar el proyecto europeo”. Entonces, Bergoglio, como Luther King, habló de sus sueños: “Sueño con una Europa defensora de la paz. Sueño con una Europa en que los jóvenes puedan tener empleos dignos y en la que ser inmigrante no sea un crimen. Sueño con una Europa que no se dirá que su compromiso con los derechos humanos fue la última utopía”. El sueño de Francisco es el sueño de la juventud europea actual. Y fue el de los jóvenes españoles de hace cincuenta años en que la dictadura nos impedía ser europeos.

 

El sueño y la pesadilla

 

En la historia los más hermosos sueños pueden llegar a convertirse en angustiosas pesadillas. Hace diez años, la gran banca americana aleteó como la mariposa. Y como explica la famosa teoría del caos extendió el caos financiero en el mundo. De manera especial en Europa, que sufrió sus efectos más graves en el sur del continente: Grecia, Italia, Portugal y España. Con el tiempo, la crisis económica y financiera mutó en una dramática crisis social. Y ésta en una crisis de gobernanza, que puso al descubierto la degradación del poder y la enfermedad del conjunto del sistema democrático. Se extendieron por el mundo los nacionalismos agresivos, los populismos sectarios, los fanatismos religiosos y el terrorismo.

 

En los países árabes estallaron “primaveras” que pronto se convirtieron en crudos inviernos. Dos viejos imperios acosados, Rusia y Turquía, se rebelaron y encendieron las fronteras de Europa. Los americanos y europeos activaron de nuevo la OTAN y el espíritu de la guerra fría: es decir, decenas de guerras de baja intensidad. Invadieron Irak, Afganistán, Yemen, Siria y Libia. Y convirtieron todo el Oriente Medio en “la guerra sin fin”. La Unión Europea fue arrastrada a lo que la propaganda llamó “guerras humanitarias”, que destruyeron los Estados de Siria y Libia. Y quedaron convertidos en “agujeros negros” que llevan años sangrando en la hemorragia incontenible de millones de refugiados en el mayor éxodo de la historia.

 

Esta semana, el Parlamento británico aprobó un informe demoledor. Acusa al ex primer ministro David Cameron de ser “responsable en última instancia del colapso de Libia y del legado sangriento de la intervención militar del 2011”. Esa intervención dirigida por Cameron y Sarkozy, con el apoyo aéreo de Estados Unidos y logístico de España, provocó un desastre de grandes proporciones que aún estamos sufriendo en terrorismo e inmigrantes. Los británicos han equiparado este durísimo informe parlamentario al “informe Chicot”, que condenó a Tony Blair por su participación en la guerra de Irak. Guerra que ahora ya sabemos no fue “la madre de todas las batallas”, sino el origen de todos los males. La guerra de Bush, Blair y Aznar, el trío de las Azores.

 

Por tanto, Occidente exporta guerra y le devuelven terrorismo y millones de refugiados que inundan el continente. Los países del este de Europa, encabezados por Polonia y Hungría, se niegan a aceptar los repartos que propone Alemania, que a su vez ha recibido más de un millón de refugiados en poco más de un año. En consecuencia crece electoralmente Alternativa por Alemania, un nuevo movimiento nacionalista y populista, y retroceden los democristianos de la señora Merkel. En Francia, la extrema derecha de Le Pen avanza de forma incontenible y exige un referéndum para salirse de Europa, al estilo del Brexit. En Italia, los populistas de Cinco Estrellas debilitan a Rienzi. Y en medio de todo este panorama desolador, los ingleses dan un portazo histórico. Convendría no olvidar al esperpéntico Trump, que en la semana que iguala a Clinton en los sondeos ha dicho: “Si tenemos armas nucleares, ¿por qué no usarlas?”. Lo que nos lleva al título de aquella vieja película: Aquellos chalados con sus locos cacharros.

 

La crisis existencial

 

En este contexto internacional juega un papel muy destacado la crisis de la Unión Europea. Europa no está: se anula en el vértigo de sus contradicciones internas. Y su ausencia deja un enorme vacío: deja de actuar ese factor necesario de equilibrio en la política mundial que ha jugado Europa en sus mejores momentos. Ha quedado claro que el proyecto de Unión Europea no pasa por una crisis pasajera, como tantas otras veces en sus sesenta años de vida. Esta vez la crisis es más seria. Lo han repetido a lo largo de esta semana todos los líderes europeos y también en la cumbre de Bratislava del pasado viernes. Empezó la semana con el discurso del presidente de la Comisión ante el Parlamento europeo. Dijo: “Ante desafíos como el Brexit es necesario relanzar el crecimiento con un gran programa de inversión pública de 600.000 millones de euros hasta el 2019 y completarlo con un ambicioso programa de lucha contra el paro juvenil”. Se entendió que Juncker estaba dando por finalizadas las políticas de austeridad radical que han llevado al estancamiento. Ante desafíos como la inmigración y el terrorismo, la Comisión propone fortalecer las fronteras, la seguridad y la defensa, con un proyecto de integración militar, que deja fuera a los británicos y se hace al margen de la OTAN.

 

El jueves, en París, Merkel y Hollande repitieron las propuestas de Juncker, para dejar claro quién las había elaborado. Y que la nueva Unión Europea se construirá, como siempre, en base al eje franco-alemán. “No es una crisis más”, dijo Hollande, “es una crisis existencial, una crisis sobre su existencia y sus fundamentos. Nos jugamos el ser o no ser”. Es decir, una Europa políticamente unida o volver a la unidad económica de una alianza de naciones. Ni más ni menos. Por eso el viernes, en Bratislava, ante los 27 jefes de Estado y gobierno de la Unión, se volvió a insistir en el rearme de Europa. Pero el discurso de unidad, tan repetido en el pasado, esta vez no fue acogido con el calor y entusiasmo que se esperaba. Provocó una cierta frialdad y escepticismo entre muchos de los líderes europeos.

 

Todos saben, como decía el Papa Francisco, que “hace falta coraje para renovar el proyecto europeo”. Pero, por ahora, nadie tiene el coraje necesario para enfrentarse con toda la verdad a sus electorados. Se producen dos fenómenos que se alimentan entre sí: la llamada “crisis de liderazgo europeo” y, al mismo tiempo, “crisis de conciencia europea” entre los pueblos que componen Europa. Por eso, a pesar de la urgencia, todos piensan que las grandes reformas solo se plantearán después de las elecciones francesas de mayo de 2017 y las alemanas de septiembre del mismo año. También influirá, aunque en menor medida, el referéndum italiano del próximo octubre y la posible formación del Gobierno de España, que nadie sabe si será en el 2016 o en el 2017. Aunque hay que reconocer que, por lo oído hasta ahora, en el trascendental debate europeo, la política española tiene muy pocas aportaciones que ofrecer.    

 

Comentarios (0)