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El canarismo popular: un antagonista necesario

 

Publicada en Público

 

Desde 1993, el canarismo autonomista ha sido crucial para el desarrollo del autogobierno alcanzado en las islas. No se puede explicar la Canarias contemporánea sin Coalición Canaria (CC) y su escisión, Nueva Canarias (NC). Ahora que esta 'extraña pareja' anda en horas bajas y su divorcio los condena irremediablemente a roles subsidiarios, se imponen reflexiones en muy distintos planos. Una muy relevante es aquella que tiene que ver con la aparición de nuevos actores que, dentro del amplio espectro del canarismo pero enfrentados a su versión autonomista, pudieran dar lugar a una tensión agonista de largo alcance. En este artículo sostengo que el reagrupamiento del canarismo autonomista -imprescindible para su total regeneración con garantías- puede facilitar el nacimiento de un canarismo popular y soberanista que lo cuestione y lo confronte. Dicho antagonismo no sólo sería inevitable sino necesario.

 

Anida desde hace tiempo en no pocos sectores sociales de las islas la percepción de que el canarismo autonomista de CC y NC sirve principalmente para consolidar la dependencia de Canarias en todos los órdenes, especialmente el económico, a través del binomio construcción-servicios y el desarrollismo extractivo: "la Canarias desquiciada", un paraíso artificial para foráneos donde la juventud canaria cada vez lo tiene más difícil o directamente debe emigrar. Para estos sectores, el canarismo autonomista no tendría otro fin que el de eternizar el papel subalterno y colonial de unas islas con indicadores de pobreza y malestar intolerables como recogen tantos informes.

 

Crece también la opinión entre estos sectores de que el nuevo Ejecutivo -PSOE, NC, Unidas Sí Podemos (USP) y Agrupación Socialista Gomera (ASG)- no ha traído el cambio ansiado en asuntos centrales en los que ha sido fundamentalmente continuista. Se deja entrever un horizonte donde propuestas como la moratoria turística, la Plena Autonomía Interna, la ley de residencia o la ecotasa, se consideran como estratégicas, aunque inasumibles para un canarismo autonomista que juega a una calculada ambigüedad. Parece preferir limitarse a su tarea histórica: la defensa de las singularidades canarias en los planos económico y fiscal, rehuyendo cualquier proyecto de construcción nacional, imprescindible en un nacionalismo digno de tal nombre.

 

Abundan además las expresiones culturales de todo tipo (literatura, poesía, música, humor, teatro, etc.) que dan voz a una subjetividad de nuevo corte, disconforme con la herencia del canarismo autonomista: nuevos liderazgos sociales que no se sienten representados por los "eternos" políticos profesionales del status quo. El auge de los estudios descoloniales, la revisión crítica de nuestra historiografía y tradición cultural, con intelectuales de variadas disciplinas muy activos en la producción de pensamiento, dan cuenta de unas generaciones alejadas cuando no directamente enfrentadas al autonomismo.

 

La expectación generada por el nacimiento del proyecto Drago, cuyo principal rostro hasta ahora es el de Alberto Rodríguez -exsecretario de Organización de Podemos y diputado del Congreso injustamente inhabilitado-, hace pensar que podemos estar ante un fenómeno genuinamente canario, a falta de articulación definitiva de cara a las elecciones autonómicas del próximo mayo. A nadie se le escapa que el tinerfeño ejerce, seguramente a su pesar, el único liderazgo capaz de provocar a día de hoy un pequeño seísmo electoral, como ya se empieza a intuir. Así las cosas, se presentaba un dilema para Rodríguez y sus compañeros, tras meses de discretísimo proceso de diálogo con agentes sociales, culturales, intelectuales, políticos de las islas.

 

Por un lado, podrían haber optado por la táctica de lo que comúnmente se denomina la unidad de "la izquierda a la izquierda del PSOE", diluyéndose en algún tipo de plataforma conjunta para los próximos comicios locales. Por otro lado, cabía trascender el marco de la izquierda oficial, incluyéndola sobre la base de acuerdos razonables, pero disputando espacios inesperados en una lógica canarista y popular que comience a desafiar el relato, hasta ahora hegemónico, del canarismo autonomista.

 

El primero de los escenarios habría sido sin duda el más fácil pues hubiera bastado con una negociación, ardua pero no imposible, entre las cúpulas de los partidos y encauzada luego en unas primarias "amables". El anuncio de Alberto Rodríguez de que liderará la lista archipelágica renunciando a entrar en una lista insular dificulta enormemente la activación de esa vía unitaria clásica e invita a explorar fórmulas imaginativas de apoyo mutuo que activen sinergias inéditas. Opino que la inicial reacción contraria a la apuesta de proyecto Drago por parte de Podemos debiera dar paso a la comprensión inteligente, sin estridencias, de un fenómeno que puede superarles, confirmando sus peores presagios. Son tiempos de creatividad, no de rigidez mental.

 

En el segundo de los escenarios todo son dificultades. Construir pueblo -canarista- siempre fue más difícil que sumar siglas. Enhebrar demandas democráticas en una cadena de equivalencias para constituir una expresión política y cultural hegemónica, a la altura de los enormes desafíos de la sociedad canaria actual, exige una visión amplia, estratégica, que no se conforme con aunar a los ya convencidos. Ahora bien, una tarea tan ambiciosa puede ser insuperable para una fuerza emergente y rupturista como el proyecto Drago. El entusiasmo generado por la iniciativa de Alberto Rodríguez puede no ser suficiente. La apuesta por liderar una lista nacional es tan audaz e innovadora como arriesgada. Fracasar es siempre una posibilidad, sobre todo cuando se quiere hacer algo diferente. Sin embargo, como dijera Robert Frost, "dos caminos se abrían en un bosque,/ elegí.../ elegí el menos transitado de ambos,/ y eso supuso toda la diferencia".

 

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