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El cuaderno azul

José Carlos MAURICIO, LAS PALMAS DE GRAN CANARIA

El equipo de Gobierno que finalmente se conforme nos dirá que camino ha elegido Rajoy: la reforma de verdad o el inmovilismo * Los nombres de los ministros clarificarán qué políticas se van a acometer

 

Los presidentes de Gobierno suelen utilizar una pequeña libreta donde van tomando notas, poniendo nombres, tachando y reescribiendo los nombres de posibles ministros en el complicado proceso que es siempre la formación de un gobierno. El cuaderno de Aznar era azul, del color de su partido. Se hizo famoso porque lo llevaba consigo a todas partes. Durante la larga gestación del Gobierno popular de 1996, en su escaño del Congreso, se le veía afanoso, tomando notas, concentrado y obseso, como era él. Se exhibía tanto que se arriesgó a que un cámara de televisión lograra fotografiar una de las páginas de su cuaderno. En ella aparecían varios nombres, unos tachados y otros no. Lo que provocó un sinfín de especulaciones y desató luchas y conflictos de poder en el interior de su propio partido.

 

Algo parecido le ocurrió a Felipe González, que prolongó excesivamente la formación de uno de sus gobiernos. Él mismo lo cuenta así: “Empecé a diseñar el Gobierno con Alfonso Guerra como vicepresidente y coordinando con él el nombramiento de las otras carteras. Pero se formó tal lío que acabé con Boyer de vicepresidente económico y Guerra fuera del Gobierno”.

 

De esas experiencias Rajoy aprendió dos reglas básicas que aplica a rajatabla: una, para formar un Gobierno hay que consultar lo menos posible y guardar el secreto al máximo; y dos, actuar con rapidez porque los gobiernos no pueden estar abiertos mucho tiempo y conviene cerrarlos lo antes posible. Por eso, aunque Rajoy sabe que va a ser presidente desde el pasado 1 de octubre, cuando los barones asaltaron Ferraz, nadie ha logrado la más mínima pista sobre el Gobierno que va a formar. Ni siquiera se sabe con certeza si utiliza un cuaderno, azul o de otro color, como Aznar. Cuando los periodistas le preguntaron hace pocos días, contestó: “¿El nuevo Gobierno? No he tenido tiempo para pensarlo y comprenderán que no lo puedo contar antes que se lo comunique al rey el próximo lunes, que es el primero que tiene que saberlo”.

 

A pesar de la respuesta, todos coincidieron en que es seguro que lo tiene decidido. Y conociendo a Rajoy, por su estilo y su carácter, todos apuestan a que será un Gobierno continuista: es decir, el mismo núcleo duro y algunos retoques en Sanidad, Fomento, Industria y Turismo, porque esos ministros ya no están, entre ellos Soria.

 

¿Viejo o nuevo Gobierno? 

A pesar de lo que opinan muchos, pienso que Rajoy no tiene tan claro que Gobierno formar. Lleva un par de semanas metido en un mar de dudas. Su cuaderno, seguro que lo tiene aunque escondido donde nadie lo pueda ver, debe de tener más tachaduras que el viejo cuaderno de Aznar. Y aunque es verdad que su tendencia natural es mantener al mismo equipo que le ha permitido llegar hasta aquí, sabe también que algunos están muy desgastados y que no le sirven para entrar en una nueva etapa política en que se tiene que enfrentar a retos difíciles y que gobernar en minoría le obliga a cambiar.

 

Se le plantea, por tanto, la gran duda, la cuestión central: ¿Va a formar un Gobierno para un período corto de uno o dos años, u otro más largo de cuatro años? A sus más próximos colaboradores les ha dicho: “Va a ser un período político muy interesante, que ofrece la oportunidad de acometer, apoyándose en amplios consensos, las grandes reformas que necesita España”. Y así Rajoy pretende lograr un Gobierno estable que le permita gobernar los próximos cuatro años. Pero la realidad es que Rajoy oscila del mayor de los optimismos al pesimismo, aunque él lo llama realismo. Y piensa: “Con este Parlamento, con estos partidos y las mayorías que se puedan crear me temo que aguantar mucho tiempo con un Gobierno en minoría va a ser muy difícil, y que estamos condenados a otras elecciones a final del 2017 o en el 2018”.

 

El pesimismo de Rajoy lo alimentan sus más directos colaboradores, que le dicen: “Eso de aceptar las reformas que propone la oposición nos lleva a un callejón sin salida, debemos de mantener con firmeza nuestras políticas (lo que supone por tanto los mismo ministros)”. Pero por muchos consejos interesados que reciba, Rajoy debería saber que gobernar en minoría es posible si se sabe cómo hacerlo y si se tiene claro el objetivo que se quiere alcanzar. Adolfo Suárez demostró cómo se puede gobernar en minoría y afrontar grandes reformas. Y demostró también que a veces se puede gobernar mejor en minoría que con una amplia mayoría. Suárez decía: “El gran pacto constitucional de 1978 solo fue posible porque UCD estaba en minoría, lo que nos obligó a pactar con el PSOE y los demás partidos. Si hubiera contado con una mayoría amplia, las presiones de los grandes poderes me habrían obligado a hacer una Constitución de derechas que habría muerto al poco tiempo”.

 

Por eso Rajoy, cuando ve el escenario con realismo, se ve enfrentado ante un gran dilema: saco un equipo que defienda bien y que aguante hasta unas próximas elecciones; o, por el contrario, presento una alienación que, además de defender, sepa desplegarse y jugar al ataque, llevando la iniciativa política en las grandes reformas.

 

El debate

Las dos sesiones del debate de investidura de esta semana, en vez de despejar sus dudas, las han incrementado. Ha visto un escenario parlamentario difícil de gestionar. Podemos está en el sitio previsto: frases brillantes, arengas más simplistas y desplantes, es decir, más teatro que política. Podemos cada vez más se desplaza hacia el sitio esperado que es también el más deseado por el PP. Disputando el liderazgo de la oposición al PSOE y esperando que su crisis se agrave y le permita ocupar todo el espacio de la izquierda. Si esto ocurre, Rajoy sabe que el PP no tendrá alternativa de gobierno durante años.

 

El PSOE necesita al menos un año para reconstruirse. Lucharán entre sí las corrientes de centro izquierda con las de izquierda. Lo que está ocurriendo en este momento en todos los grandes partidos socialistas europeos. Ese debate les llevará a deteriorarse con la posibilidad de romperse o a una nueva síntesis de lo que debe ser la izquierda en las sociedades nuevas del siglo XXI. Este debate es muy interesante para España y para el proyecto de construcción europea. Y hay que agradecerle a Sánchez que, con su actitud y sus decisiones, lo haya provocado. Se lograrán conclusiones muy positivas si se hace, como lo que es, una profunda confrontación de ideas y no una lucha de poder entre las oligarquías del partido.

 

Por eso el PSOE fue casi un convidado de piedra en el debate de investidura. Lo que a Rajoy no solo no le preocupó, sino que le gustó. En verdad el único que preocupó al presidente fue Rivera. Se salió del papel que le habían asignado. Exigió el cumplimiento urgente de las 150 medidas pactadas por el PP y Ciudadanos. Y se permitió amenazar con pactar con los restantes grupos parlamentarios para hacerlas cumplir. En las réplicas, Rajoy contestaba a Rivera bastante desconcertado. Pensó que el líder de Ciudadanos no sabía distinguir la letra del espíritu de lo acordado. Debió de pensar “este joven político todavía no ha aprendido que los pactos se escriben en poesía, pero los gobiernos lo hacen en prosa”. Y hasta es posible que se acordara de la conversación del príncipe de Salinas con su sobrino: “Tío, entiende que hay que cambiarlo todo, si quieres que nada cambie”. Es decir, cambiar mucho de lo secundario para consolidar lo principal. Este es el modelo que tiene Rajoy en la cabeza cuando habla de reformas.

 

Este fue el debate de verdad duro y de fondo. El debate de las decisiones difíciles que el Gobierno de España tiene que tomar y no el de las descalificaciones brillantes que solo son “ruido y furia y, al final, nada”.

 

El nuevo Gobierno

Rajoy empezó a entender que Rivera se tomaba en serio lo de las 150 medidas. Y cuando por la noche llegó a su casa, cogió el cuaderno y empezó de nuevo con el ritual de las correcciones y tachaduras. ¿Quién sería el equipo adecuado para superar el dilema tan difícil en que se va a encontrar? O bien formar un gobierno de resistencia que aguante un año hasta que el secesionismo catalán ofrezca la justificación o el pretexto para unas elecciones anticipadas donde se jugará la unidad de España. O, por el contrario, un Gobierno abierto, con gente más joven, de espíritu reformista, capaz de consensos y de acometer las grandes reformas, entre ellas la constitucional que es la única forma de derrotar a los independentistas.

 

Pero claro, en ese Gobierno no pueden estar algunos de sus más fieles amigos y colaboradores. Ni puede estar el ministro de la Ley Mordaza y de las conspiraciones radiadas. Ni Montoro, el ministro de los recortes y la reforma fiscal a favor de los poderosos. Ni siquiera Yañez, capaz de recitar periódicamente las cifras del paro pero incapaz de pactar una reforma laboral moderna y europea, ni lograr un gran consenso para el dramático problema de las pensiones. Tampoco cabe García Margallo si queremos salir de la política exterior errática de los últimos años. Tampoco podemos resolver la gravísima situación de la Justicia si continúa Catalá. Aunque es posible que se pueda avanzar hacia el pacto educativo si continua Méndez de Vigo y asesorándole el profesor Marina.

 

La decisión final de Rajoy la sabremos el lunes, cuando leamos con la máxima atención los nombres de su Gobierno. Sabiendo que detrás de cada nombre hay una política. Que en cada política hay una actitud inmovilista o de reforma. Y que todas juntas nos dirán qué camino ha elegido finalmente Rajoy: el de las reformas de verdad o el camino corto que le llevaría a su derrota final.

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