A+ A A-

El destino de Román

 

Las bases de Juntos por Guía, otro de los partidos locales grancanarios coaligados con Nueva Canarias, decidieron romper con su partido adoptivo, e iniciar el camino para unirse a sus colegas en un nuevo grupo político de inspiración nacionalista y corazón progresista. Juntos por Guía es el séptimo de los grupos y organizaciones locales, antaño integrados en Nueva Canarias, que han decidido romper en las últimas semanas, colocando a Nueva Canarias ante la tesitura de su probable desaparición. Se suman los de Guía a sus compañeros de Roque Aguayro, a los de la Asociación de Barrios, Compromiso por Firgas, el Bloque Nacionalista Rural de Teo Sosa, la Agrupación de Electores de Tejeda y la Unión Veguera de San Mateo.

 

Probablemente no sean los últimos que –colectivamente o por separado- abandonen el proyecto político de Román Rodríguez, el hombre que hasta hace poco más de un año mangoneaba el Gobierno del Pacto de Las Flores, gracias a su férreo control del grupo parlamentario Nuevas Canarias, y –vicariamente- del de Podemos. No en vano Noemí Santana se inició en política a su sombra, como enchufada en la oficina de Ferrocarriles de Gran Canaria, que creó Román en su etapa de vicepresidente cabildicio. La influencia que el apoyo de Nueva Canarias y Podemos le otorgaba, permitió a Román asumir un protagonismo y un poder en el contubernio floral muy superior al que probablemente merecía su innegable talento para muñir conspiraciones. Desde la vicepresidencia del Gobierno de Ángel Víctor Torres, controlando la consejería de Hacienda y la Tele Canaria, Román se mantuvo en el Gobierno como si fuera –quizá lo era de hecho- un presidente bis, una suerte de alter ego de Torres, con una aparente mayor voluntad de mando que el propio Torres.

 

Pero ese poder casi omnímodo en el Gobierno, que le permitió hacer y deshacer a su antojo, colocar en puestos clave a hombres de su confianza, incluso provocar el cese de Terea Cruz Oval –Román se ha caracterizado siempre por una encumbrada misoginia- o gestar desde la sombra algunas de las principales operaciones políticas y económicas de la legislatura, no le libró de enfrentarse al malestar de los suyos.

 

Con recurrente tendencia a un autoritarismo desdeñoso, a reconocerse siempre como el mejor orador, el más preparado, el más hábil, el más listo y el más osado, en un ambiente extraordinariamente competitivo, y actuando desde un desprecio constante a la mesura, al respeto de los adversarios, al cumplimiento de compromisos y a la verdad, Román acumuló en esos cuatro años de jolgorio pandémico más enemigos de los que podía llegar a imaginar. A algunos se enfrentó públicamente con una extenuante agresividad, de la que a veces salió malparado, como en sus agarradas con la diputada Espino, que le sacaba de quicio con pasmosa facilidad. O –con mayor disimulo- asumiendo el deterioro evitable de su relación con Antonio Morales, al que jamás perdonó superar su liderazgo en Gran Canaria.

 

Esos y otros excesos de su carácter fueron creando a su alrededor una enorme colección de desafectos. La mayor parte de ellos se mantuvieron en silencio prudente, por temor a ser sacados del mapa, preteridos, castigados. Pero se la fueron guardando.

 

Un error de cálculo, probablemente resultado de una apreciación soberbia de su propio valor como político, le llevó a presentarse en la candidatura regional de su partido, convencido de que los sondeos que pagaba con recursos públicos decían la verdad. Pero no era así. Lo pudo comprobar la noche electoral: frente a los siete u ocho diputados que creía seguros, se quedó en cinco, y además sin acta para él.

 

Por supuesto, no aceptó la derrota. Todo lo contrario, se hizo contratar por su grupo parlamentario, gastando en él la mayoría de sus recursos financieros y quizá eso fue el inicio de la catástrofe. Las críticas a su decisión de seguir en el machito crecieron y se sumaron a la percepción de los municipalistas del partido de que se acercaba un cambio de ciclo duradero en la política canaria. Intentaron negociar su retirada pactada, pero fue más arrogante que sabio y se negó.

 

Está pagándolo con creces, soportando una diarrea de deserciones que le hieren con crueldad en su autoestima. Ha pasado de controlar férreamente la política regional, de repartir salvoconductos de supervivencia, a perder incluso el afecto de su partido, creado por él y para su servicio, como respuesta a la negativa de Coalición Canaria a permitir que prolongara su mandato como Presidente del Gobierno.

 

Hoy su destino es el de los derrotados que no lo admiten: seguirá vampirizando la lealtad de los que le quedan, vendiendo humo y prometiendo lo imposible. Y ahí seguirá, hasta que venga el PSOE y lo rescate de sí mismo y su destino, con alguna suculenta sinecura.

Comentarios (0)