El mundo que viene
La publicación de un reciente informe de Bank of America anticipa un cambio de paradigma de dimensiones planetarias que afecta a los valores, las instituciones y los objetivos del capitalismo en los próximos años. Sin embargo, ha pasado básicamente desapercibido: hoy parece despertar más interés el resultado de las competiciones deportivas, la sentencia judicial que exculpa a un futbolista del delito de violación, o la futura boda de una influencer de medio pelo que ha lograda entrar en el olimpo del famoseo acumulando records amatorios que harían palidecer a los de Warren Beatty en sus buenos tiempos. Sinceramente, el pronóstico del Bofa sobre el mundo de 2030 acongoja bastante: uno supondría una oleada social de pavor ante un futuro inmediato marcado por la inseguridad y los conflictos bélicos, la radicalización populista, la creciente demanda de recursos, la hegemonía de la inteligencia artificial, o incluso la transformación de los hábitos y prioridades sociales, culturales y de consumo. Pero no parece que el asunto preocupe mucho, a pesar de que las señales son cada vez más claras y evidentes.
El informe insiste en el auge de la IA, de cómo transformará y cambiará la economía global, provocando el desplome del empleo y de los costes tecnológicos y una automatización sin precedentes, provocando una brutal competencia entre potencias y sus zonas de influencia, con conflictos vinculados a la privacidad y la seguridad digital. Leo con absoluto pasmo que el desarrollo del cibercrimen podría suponer que las actividades delictivas en red llegaran a ser la tercera economía más grande del mundo, tras EEUU y China, provocando pérdidas a las naciones y las empresas de cerca de 1,6 billones de dólares para 2030. La ciberseguridad será sin duda una prioridad crítica para todos. Como también ha de serlo la escasez de recursos y la creciente demanda de más energía, agua y materiales imprescindibles para la industria, que se disparará, exigiendo inversiones masivas. Aunque la inversión en fuentes renovables de energía aumentará, ni de lejos lo hará al ritmo suficiente para sostener el desarrollo tecnológico y económico. Mucho menos para cumplir con los objetivos de contención climática que eviten el calentamiento.
El informe insiste en la gravedad de la crisis de las infraestructuras, que sólo en inversiones precisará al menos dedicar 500.000 millones de dólares anuales adicionales durante los próximos cinco años, sólo para evitar el colapso de una red de infraestructuras cada vez más obsoleta. Me pregunto si los gobiernos serán capaces de gastar tales cantidades de dinero, incluso suponiendo que estén dispuestos a detraer esos recursos de la economía social, la sanidad o el esfuerzo bélico. Porque es absolutamente improbable que el gasto sanitario se reduzca: la llegada a la jubilación de los baby boomers convertirá la salud y las pensiones en un pozo sin fondo. El crecimiento debería destinar cada vez más recursos a atender el bienestar, pero es más probable que agigante la brecha que separa a los ricos y los pobres.
No es difícil que eso ocurra: el populismo alentará radicalización, inestabilidad y fragmentación política. Debilitará a los partidos tradicionales, mientras el proteccionismo y la desglobalización creará disrupciones en el comercio internacional. La migración provocará tensiones sociales y políticas, con impacto directo en los procesos electorales y las políticas públicas de muchos países. Podría llegar a dejar de ser un factor determinante en el crecimiento económico, o en la compensación demográfica de países ricos con tasas de natalidad decrecientes.
La rivalidad entre potencias, la competencia por los recursos y el crecimiento de conflictos comerciales y militares podrían poner en riesgo la estabilidad global: China y Estados Unidos seguirán en el centro de esa pelea, mientras Europa tendrá que optar por desangrarse para sostener su política de Defensa o perder cualquier relevancia política. Es más que probable que -a pesar de su estabilidad política y regulatoria- la UE pierda influencia en un mundo cada día más polarizado, en el contexto de creciente popularidad de los modelos autoritarios. A pesar de los discursos, los gobiernos mandarán cada vez menos, las grandes multinacionales tecnológicas serán actores clave en la configuración del mundo próximo. Su dominio en IA, manejo de datos y ciberseguridad, les otorgará un poder sin precedentes, y controlaran la economía, la política y la sociedad. Con la expansión de la IA generativa, la manipulación informativa y la inanidad de los media supondrán un problema creciente, que intensificará la fragmentación política y la erosión de la confianza en las instituciones.
Un panorama desolador, el del mundo que viene. O que ya está aquí, presente en las pantallas de nuestros dispositivos y en los hábitos de nuestros nietos.