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Reflexiones

 

Una de las satisfacciones que tiene pertenecer a un partido político, al igual que a cualquier organización, sea del tipo que sea, es la de pertenencia a un grupo. Sentirte parte de algo más grande, pensar de forma colectiva, tener objetivos comunes y trabajar en equipo,  son aspectos de esa pertenencia, que hacen que las personas se  desarrollen en el plano que llamamos social.

 

A nadie se le ocurre entrar a formar parte de un grupo en el que no se siente a gusto. Si no se cubre al menos alguna de las satisfacciones, puede ocurrir todo lo contrario, llega la frustración, el hastío, la indiferencia y el abandono.

 

Sin embargo, en los partidos políticos hay algunas variantes que llaman la atención a cualquier estudioso de las relaciones sociales. Las insatisfacciones, cuando llevan al abandono, generalmente,  no se producen  sin antes plantear batalla dentro de la propia organización para intentar cambiar las cosas. Del éxito o fracaso de esa batalla puede depender la permanencia en la organización.

 

Pero esto, que se resume de forma tan general, es bastante más complejo, pues como toda búsqueda de la felicidad, tiene sus altibajos.

 

Puede ocurrir, y es muy común, que al inicio de la lucha por esos cambios, el individuo o subgrupo insatisfecho sea tentado por los que ostentan el mando o poder, para que abandone y “deponga las armas”, ofreciendo de manera individual o reducida cuantas prebendas sean necesarias para aceptar. De ahí el tan usado “todo el mundo tiene un precio”. Ese es el final de la batalla y lo que produce es una ampliación del grupo que detenta el poder, que se ve incrementado por nuevos componentes, que modifican la conducta pasando de la reivindicación al conformismo.

 

En otras ocasiones, muy  frecuente y mucho  más interesante desde el punto de vista sociológico, el individuo o subgrupo revelado no acepta las prebendas, lo que produce el inicio por parte del grupo dominante de un plan de ataque y desgaste que finalmente acaba en el abandono, en este caso, del partido o más aún, de la vida política. De no ocurrir esto último, nos encontramos con los también llamados “cambios de chaqueta”, y que tan contestados son por la propia clase política y por la sociedad en general. Los disidentes que consideran que deben seguir actuando en la política, lo harán desde otras opciones, ya sea otros partidos nuevos o existentes, o desde la participación en grupos de presión desde la sociedad civil.

 

La tercera situación, es cuando se consigue ganar la batalla, lo que los convierte en el nuevo grupo dominante o en la multiplicación de grupos de poder dentro de la organización. La existencia en una organización política de uno o más grupos dominantes será consecuencia de la cantidad de procesos de este tipo que se vayan dando, de la distancia en el tiempo en la que se producen y de los distintos territorios en los que se estructure la organización.

 

De ahí, nos podemos encontrar con que no coincidan los mismos que dominan en los distintos niveles del partido, lo que lleva a otra conflictividad, que en estos casos se convierte en básicamente territorial y que perjudica a los territorios menores que no cubren sus expectativas de poder a mayor escala y en la mayoría de los casos interfiere en las relaciones personales que pueden afectar hasta a las instituciones.

 

Toda esta diversidad debería ser tomada como elemento enriquecedor de cualquier organización política pues la suma de las distintas visiones, sensibilidades, pensamientos y formas de actuar, contribuirán al crecimiento de los partidos y a su permanencia en el tiempo y sobre todo, a su aceptación por la ciudadanía que, tan necesaria y tan poco real.

 

Cada vez más, la decisión de cualquier ciudadano de pertenecer a un partido político viene determinada por la influencia ejercida de forma personalizada de algún miembro de aquel, normalmente de los grupos dominantes, que tienen mucho más fácil la captación de nuevos afiliados al detentar, en la mayoría de los casos, el poder institucional.

 

La captación de nueva militancia simplemente por ideología o por participación es cada menos frecuente en los partidos políticos, dándose las más de las veces entre los más jóvenes que, si bien pueden ser tentados con alguna motivación de carácter más práctico,  ponen la ilusión y las ganas de aprender propias de las generaciones más nuevas, a lo que sumamos, hoy por hoy, los nuevos impulsos reivindicativos sociales en los que están participando activamente los más jóvenes.

 

Los partidos políticos, como cualquier organización, han sufrido una transformación a lo largo de la historia. Desde los primeros partidos de cuadros o notables formados a lo largo del siglo XIX por los que podían votar, a los partidos de masas de final de siglo y principios del XX surgidos con la adquisición de nuevos derechos tras las Revoluciones de la época, se han conformado los actuales partidos denominados de muy diversas formas pero que se resumen en partidos de electores, en los que el trabajo se centra en conseguir votos externos a costa de abandonar a los militantes.

 

Nos encontramos  pues, con que las llamadas bases de los partidos políticos se han ido conformando como componentes llamados a la disciplina impuesta por los  grupos dominantes  y que simplemente participan cuando los estatutos exigen la toma de decisiones o acuerdos de forma colectiva, quedando el debate y las decisiones o acuerdos  relegados a pequeños comités que llevan a la asamblea el texto a aprobar, prácticamente definido.

 

Deberán ser por tanto, los recién llegados, los más jóvenes, los nuevos militantes que realmente quieren participar, los que produzcan los cambios o la revolución interna necesaria para  la supervivencia de la organización, porque sin lugar a dudas no están siendo los partidos políticos, en estos momentos, los mejores canales de participación social para los futuros cambios.

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