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¡Viva Francia! (con perdón)

 

El presidente de Galicia, el popular Núñez Feijóo, considera que existe base legal para exigir a los ciudadanos la presentación de un certificado covid (un PCR o antígeno de menos de 72 horas, o un certificado de haber pasado el virus, o uno de vacunación) para poder acceder al interior de locales de restauración y ocio. Parece obvio que esa propuesta, que ahora se apresta a estudiar también el Gobierno regional, pretende copiar la decisión del Gobierno de Francia de amargarle la existencia a quienes se nieguen a vacunarse, prohibiéndoles el acceso a una serie de actividades y servicios, algunos de ellos imprescindibles para desarrollar una existencia razonablemente normal. Como el transporte público, por ejemplo.

 

Si hace dos años nos hubieran planteado la necesidad de presentar un papel sobre nuestro estado de salud para entrar en un establecimiento de cualquier tipo, probablemente todos –los franceses los primeros, orgullosos de su Declaración de los Derechos Humanos– habríamos puesto el grito en el cielo. Pero en el tiempo transcurrido desde que empezó a extenderse la noticia de una enfermedad rara en Wuhan, las cosas han cambiado bastante. El mero hecho de considerar normal un debate sobre lo que podemos o no podemos hacer con la libertad de las personas, hasta donde podemos llegar para proteger la salud pública, demuestra que las cosas ya no son lo que eran. Personalmente, creo que se han cometido muchísimos errores y muy graves en la gestión de esta crisis sanitaria, y quizá el más dañino de todos ellos ha sido el no afrontar la verdad: la verdad negada al principio de la enfermedad sobre su gravedad, o la falta de constancia científica de las medidas que había que adoptar, la verdad sobre la responsabilidad en la crisis de las residencias, la verdad sobre el desastre que ha sido la gestión en la compra de insumos necesarios para afrontar la enfermedad, la verdad sobre el incumplimiento de los plazos de vacunación garantizados por nuestros líderes, la verdad sobre esta última fase de la pandemia –esperemos que sea realmente la última– y la verdad sobre lo que está sucediendo en estos momentos. En medio del pandemonium de propuestas, actuaciones y pequeñas y grandes miserias de nuestros dirigentes, más preocupados de salvar su trasero que de nuestro futuro, nadie nos ha dicho que la situación no es ahora tan peligrosa como nos parece, nadie nos ha dicho que si somos capaces de aguantar dos o tres meses más, extremando las cautelas hasta que toda la población sea vacunada, saldremos con bien de esta, aunque las cosas no volverán a ser ya exactamente iguales. O tardarán mucho en volver a serlo.

 

 

Es tiempo, pues, de hacer ese último esfuerzo. En Francia nos han marcado el camino, que es ponerse en manos de la ciencia, derrotar el derrotismo, y actuar recuperando poco a poco la vida y la economía mientras se mantienen a fuego las campañas de vacunación. Recordar que negarse a la vacuna es un acto de egoísmo criminal: «No podemos permitir que quien tienen el sentido cívico de vacunarse, cargue con los inconvenientes de hacerlo», ha dicho el presidente Macron tras anunciar la creación de un cordón sanitario en torno a quienes se nieguen a pincharse: a partir de ayer, quienes no se vacunen no podrán ir al cine, al teatro o visitar los museos. A partir del 1 de agosto no se les permitirá frecuentar bares, cafés, restaurantes, subirse a autobuses, trenes o aviones. Y a partir del 15 de septiembre, el personal sanitario que se niegue a inmunizarse perderá su trabajo y su salario. En el país que inventó la libertad moderna, han decidido dejarse de zarandajas, debates ridículos y medidas cosméticas. Con dos. Estoy seguro de que va a funcionarles. Y aquí también debiera funcionar.

 

 

 

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