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La irresponsabilidad política la pagan los ciudadanos

 

Permanecer en la poltrona es el arte al que se dedica la clase política, y en estos tiempos se está tensando varios tipos de cuerdas en las que, por permanecer en ella, se pone a prueba la convivencia y la democracia.

 

Por permanecer en la poltrona el conservador Cameron convocó el referéndum del Brexit en Inglaterra, la poltrona se le escapó, pero dejó detrás un país envenenado, dividido, que todavía no tiene claro su futuro.

 

Por permanecer en la poltrona Donald Trump negó hasta la saciedad el resultado de las elecciones en Estados Unidos, la poltrona se le escapó, pero dejó atrás un país envenenado, dividido, que todavía no tiene claro su futuro.

 

Por permanecer en la poltrona Jair Bolsonaro vomitó toda su bilis en la victoria electoral de Lula Da Silva en Brasil, la poltrona se le escapó, pero dejó atrás un país envenenado, dividido, que todavía no tiene claro su futuro.

 

Noticias falsas, mentiras interesadas, ataques personales, deslegitimación de representantes públicos, venas infladas, todo aderezado con un ansia irrefrenable por el control del poder lleva a división social y a conflicto.

 

Hay más, pero estos son ejemplos claros de lo que significa vomitar odio y contratar a agencias publicitarias para que multipliquen en las redes sociales ese odio.

 

Odio que cazarán al vuelo los odiadores de internet (haters en la jerga), que amparados en un teclado vomitan su inseguridad en largas diatribas que retroalimentarán al Bolsonaro de turno, aquel que no quiere quedarse sin su poltrona. Aquel que necesita seguir escribiendo el relato, aunque se lleve por delante todo lo que significa la política.

 

Llegado este punto se asaltan Congresos, Senados y porqué no, se asaltan Cabildos, tratando de imponer criterios, obviando las mínimas normas de lo que significa la democracia. Pero no importa en sus mentes retumba el “ya lo arreglaremos”.

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