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La muerte de occidente

 

Las crisis migratorias que envuelven nuestro verbo diario se consolidan mientras nuestra miseria intelectual avanza a pasos agigantados a través de teléfonos móviles, instagramers, adictos al Facebook y demás fechorías cotidianas.

 

Mientras discutimos sobre si la yihab es anterior a las chilabas o de cuando los rusos tuvieron que huir de los talibanes, olvidamos grotescamente que hace dos meses nuestro conocimiento del Valle de Panjshir era absolutamente nulo, y pensábamos que el conflicto con los talibanes era algo anclado en un limbo irresoluble.

 

Saltamos de la crisis migratoria, a la crisis meteorológica, de la crisis Venezolana a la crisis Afgana sin un sentido de la realidad, solamente son sombras que se proyectan en nuestros IPADS, o en el visionado rápido de seis telediarios a golpe de mando a distancia mientras nos “mandamos” el plato de espaguetis.

 

Después, en una indecorosa siesta de sofá, comenzamos a vomitar nuestro odio sobre todo lo que creemos saber mejor que nadie, “¿por qué hay que ir a buscar a los inmigrantes a alta mar?”, “Mejor que se queden en sus casas”, “ya no aguantamos más inmigrantes”.

 

La que hasta hace un rato era una amante ama de casa, madre cariñosa o abuela consentidora, se convierte en un ventilador de odio dirigido a los miserables de este tiempo.

 

La responsabilidad del odio siempre ha estado relacionada con el miedo al cambio. La dinámica de la transformación europea debido a las oleadas migratorias que se producirán en el siglo XXI es un hecho imparable, lo mismo sucederá en los Estados Unidos en los próximos 100 años.

 

La pandemia de la COVID 19 ha adormecido aún más los cerebros si cabe, y el multiculturalismo que se viene plantea muchos interrogantes que pueden ser problemas muy gordos de convivencia si no se plantean políticas audaces y valientes de lo que significa el concepto moderno de la ilustración, Europa y los valores del mundo occidental.

 

Otra opción es vomitar bilis en redes sociales, mirar a los extremos del arco político y pensar, los de izquierdas que viene un nuevo advenimiento socialista multicultural, y los de la derecha que es el momento de desempolvar a Don Pelayo.

 

Mientras la princesa de Asturias, que no de los asturianos solamente, se va a un colegio multicultural en Gales y sus padres la despiden amorosamente en Barajas, frente a la isla de Fuerteventura, 30 personas mueren tratando de llegar a un lugar donde el multiculturalismo se convierte en insulto rápido y letal. “Cosas veredes, amigo Sancho que farán fablar las piedras”.

 

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