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“Yo no soy racista pero…”

 

Con el racismo ocurre que cuando el concepto no se comprende, es muy difícil no caer en la tentación de usar una situación conflictiva para mover nuestras más bajas pasiones y creer que obramos bien. Es muy difícil buscar algo que construir en lugar de utilizar formas y fondos destructores y finalmente se llega a lo que es peor, vociferar a los cuatro vientos cualquier hipérbole que pueda darnos más razón, cuanto más alto sea el grito.

 

“Es intolerable, es una aberración, me opongo rotundamente, nuestra más enérgica repulsa…..”

 

Mi abuela, que dios la tenga en su gloria, tenía una frase al efecto, “yo no soy racista, ...pero un negro no entra en mi casa”.  Cualquiera le explicaba con 80 años que era muy racista, pero que tampoco era un problema ya. 

 

Si 45 personas están en condiciones infrahumanas en instalaciones terribles en la nave del queso, parece que dormimos relativamente bien. Sabemos que existe un problema, despotricamos por las redes sociales de algo que intuimos que es malo y que algunos se empeñan en azuzar.

 

Solamente un recordatorio, no hay delitos registrados el último año cometido por inmigrantes ilegales en Fuerteventura. NI UNO. NO SON DELINCUENTES, por más que su cerebro quiera repetírselo. 

 

Pero cuando 45 personas en circunstancias anómalas van a ser hospedadas en unos apartamentos, pagadas porque estamos en una país del primer mundo, y porque hay que respetar los derechos humanos…, si. Ahí si que hay un problema.

 

Y no digo que no se esté gestionando el problema de la inmigración irregular con muchas lagunas en el Archipiélago digo que merecemos…, la sociedad merece, la razón merece, Fuerteventura merece, ... cabeza, mesura, distensión.

 

Partidos políticos, instituciones de toda la isla, patronales empresariales, saltan al toque de corneta sin más reflexión. Sin la prudencia que merece el discurso, sin tratar de solucionar... con aspavientos. Porque no funciona en este conflicto gritar más alto, solamente se enaltece más los ánimos. Porque no deberíamos querer ver ni oír conflictividad social en relación a personas que no delinquen.

 

La pandemia ha traído un desgarro social sin precedentes. Muchos problemas económicos y mucho nerviosismo en las familias, pero la pandemia no puede ser excusa de una sociedad desalmada. Los pilares de la sociedad, instituciones políticas sobre todo, no pueden usar la conflictividad en el drama de la migración.

 

Se trata de personas, se trata de vidas, se trata de gente que no quiere estar aquí, que solamente quieren una oportunidad, como la suya, como la mía.

 

Si los muchachos hospedados fueran de tres equipos de baloncesto de Estados Unidos, todos muy negrotes ellos, no habría drama. El drama del racismo llega desde la miseria. Es el miserable el que no merece un sitio, y en nuestro imaginario tenemos derecho a que se vayan, no sea que espanten a “nuestros ingleses”, que “son nuestros y seguro que no quieren ver negros tampoco”.

 

Si no visualizamos a las personas que viven el drama migratorio, nos perdemos una parte de lo que ocurre, y quizás la parte más importante. Si trazamos una línea entre el SER y el NO SER y nos colocamos en nuestro lugar del SER, siempre viviremos ajenos a la realidad. La modernidad nos ha traído a un lugar donde negamos la evidencia, ocultamos la miseria, negamos la existencia del sufriente porque nos molesta. Y en última instancia lo usamos para nuestro discurso puntualmente. “Me quita el trabajo, no deja que vengan turistas, son extranjeros, son violentos…”. Situamos a personas en una esquina para que no “nos jodan el invento”. 

 

Un partido político ha pedido UNA GRAN MANIFESTACIÓN …, en fin, ya lo decía mi abuela, yo no soy racista pero…

 

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