El parricida de Elche llevó los cadáveres al cobertizo “porque tenía miedo”
Los investigadores señalan que es la única emoción que ha manifestado el joven de 15 años que mató a sus padres y a su hermano pequeño
El joven de 15 años sacó de casa los cadáveres de sus padres y de su hermano nada más matarlos a tiros “porque no soportaba ver lo que había hecho”. El sentimiento que le provocó esa imagen es la única emoción que ha verbalizado desde que cometió un parricidio que, de no ser por esta aproximación sentimental, pareciera que siempre le fue ajeno. "No quería ver los cadáveres. Tenía miedo y quería olvidar lo que había hecho", zanjó en el relato al que ha tenido acceso el diario digital de tirada nacional EL MUNDO.
"El testimonio del adolescente de 15 años cuadra con la celeridad con la que trasladó los cuerpos al garaje de su chalé de Elche nada más disparar. En el caso de su madre y de su hermano, fue inmediato. Les asesinó y les sacó de la vivienda. Dos horas después, cuando su padre llegó a casa y le mató hizo lo mismo: llevarle al garaje lo más rápido posible. Ante un primer disparo, el hombre le arrebató la escopeta, la dejó en el pasillo y fue al baño para verse el tiro que tenía en la mandíbula", explica el digital de El Mundo.
“Santi recuperó el arma y le asesinó en el aseo. A partir de ahí, planificó su coartada a través de los móviles de sus progenitores, suplantándoles la identidad para crear una realidad que se ajustara a la situación que había provocado. De hecho, los investigadores observan en esta actitud una forma de ganar tiempo para dar sensación de normalidad y retrasar que los crímenes quedaran al descubierto”, afirma El Mundo.
Al día siguiente de cometer los crímenes, escribió a la madre de un compañero de clase de su hermano haciéndose pasar por su madre. "¿Han mandado deberes para mañana?", le preguntó, cincelando así una espontaneidad que sabía que le hacía ganar tiempo. El día anterior, nada más acabar con la vida de su madre, también se había preocupado de contactar con otro padre de la clase de su hermano.
En ese caso, le comunicó que el fin de semana se había muerto un familiar en Albacete y que había ido junto a su hermana, que había dado positivo en Covid, por lo que ella y su familia debían guardar cuarentena.
Al jefe de su padre le dijo que tenía coronavirus y que al día siguiente no acudiría al trabajo. Sin embargo, al día siguiente y al otro su jefe insistía en que le cogiera el teléfono para arreglar la baja, a lo que Santi siempre respondió con evasivas. Primero le contó que el móvil se le había mojado y, más tarde, que no podía acceder a su ordenador porque lo tenía su hijo.
En paralelo, el adolescente conversaba también con sus amigos del instituto y con los que había conocido on line a través de los videojuegos. Esa efímera realidad con pies de barro duró tres días exactos. La rompieron sus tías, hermanas de su madre, que acudieron al chalé alertadas por la falta de comunicación oral.
Tocaron el timbre y Santi salió. "No les molestéis, están durmiendo", dijo cuando le preguntaron por sus padres. Una de sus tías le amenazó con llamar a la Policía si no les veía. El adolescente entró y salió con el móvil de su padre en la mano.
Se acercó a la valla y le enseñó la pantalla. Era una foto de los cadáveres de sus padres que acababa de hacer. A su hermano le dejó fuera de plano. "Mira, los he matado", sentenció. Una de las mujeres quiso entrar, pero la otra se lo impidió. Santi la animó a hacerlo. "Entra y los ves," les dijo.
Las dos mujeres, en estado de shock, se mantuvieron en el exterior del chalé junto a Santi, que ya no se separaría de ellas. La Policía llegó y el adolescente juntó las manos y se las puso delante a los agentes para que le engrilletaran. Finalizaban así los tres días que Santi quiso pasar "tranquilo" antes de ingresar en el centro de menores.