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Ecologismo de pandereta, cuando la verdad abruma. Por Fernando Swartz Arencibia

 

Proteger al planeta como ente vivo es una de las máximas del ecologismo. Los cambios, que la industrialización primero y luego esta postmodernidad plagada de coches, industrias, barcos y aviones, han producido, con el calentamiento global, va acercándonos cada vez más al precipicio.

 

Décadas de negacionismo pagado por grandes compañías energéticas, automovilísticas o por las grandes corporaciones de la minería y el petróleo calaba a diferentes niveles en discursos que en estos momentos se ahogan en una realidad que nos sobrepasa. Quedan algunos de estos primeros  negacionistas, pero cada vez menos y cada vez más estigmatizados, por toletes.

 

Los informes de Naciones Unidas, que han visto la luz en los últimos meses, nos sitúan en un punto de no retorno, y cada vez está más claro que todos hemos de ser responsables de nuestra realidad inmediata para tratar de parar la que se nos viene encima.

 

En este punto, el lobby negacionista del cambio climático de hace unas décadas, efectivamente ha mutado en relación a un nuevo marco de consumo. Se visualiza entre los grandes popes del capitalismo y en los expertos en marketing, la venta de lo verde, no solamente como salvación de todos, sino como nuevo modelo de expansión económica, con pingües beneficios que además vienen financiados por diferentes administraciones. Cuestión que podría parecer “injusta”, en el sentido de que el cambio en la explotación y consumos energéticos debiera venir junto a un sistema económico más “equilibrado”.

 

Puede que todo esto debiera mezclarse para alcanzar un nuevo paradigma social, donde todos fuéramos propietarios de los medios de producción de energía, puede que socializar el concepto de las renovables con grandes cooperativas de gestión fuera la solución a una nueva visión de nuestras relaciones con nuestro entorno. Si, puede

 

Pero el problema ahora mismo es mucho más peligroso de lo que ha sido hacia atrás. Mezclar una revolución social con una revolución energética nos puede llevar a todos por el sumidero. Jugar a ser  Marx y Engels desde el salón de casa vendiendo consignas no es más que lanzar una cortina de humo sobre la realidad climática que ya nos acompaña y que nos pasará por encima en pocas décadas.

 

El nuevo enemigo del cambio es un pseudo negacionista que mezcla estas churras con aquellas merinas. Pseudo-Ecologistas de lo cotidiano, ecologistas anclados en argumentos paisajísticos, ecologistas que no quieren ver molinos desde las ventanas de su casa, ecologistas que miran por encima del hombro a técnicos, empresarios y ciudadanos. Esos son la nueva minoría que bajo el paraguas de un discurso trasnochado lanzan mensajes a diario para parar las renovables y el cambio de modelo. Ecologistas que pasan por el territorio sin más intención que imponer criterios más relacionados con el mito del “buen salvaje” que el del desarrollo sostenible.

 

Muchas veces se siguen determinadas opiniones sin razonar, por silencio de la otra parte. En este sentido se da pábulo a  un impostor intelectual sin nada que decir, pero con fuertes ambiciones de triunfar en la vida pública, con un ansia desesperada de tener algo que decir,  y que reúne un círculo de discípulos reverentes haciendo que figurantes del microcosmos de la política siga sus limitadas consignas. No es algo lúcido, porque la simplicidad expone su falta de contenido.

 

Para esta manera de entender lo que pasa, la verdad no existe en ningún sentido objetivo, sino que se crea en lugar de descubrirla, la verdad es creada por la cultura específica y existe sólo en esa manera de entender lo que ocurre. Por lo tanto, cualquier sistema o declaración que intente comunicar la verdad es un juego de poder, un esfuerzo por dominar otras posiciones.

 

El mundo progresa o el mundo se hunde en relación a quién se hace caso. Hay personas que ven claro cómo caminar, y otros tienen claro que hay que des-caminar. Hoy, la pandereta sigue sonando alto y tienen predicamento, esperemos que no sea por mucho más, la gente se está hartando.

 

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