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El miedo

 

Los Oscar 2025 han sido una inesperada demostración no ya del pánico que la industria le tiene a Trump y a sus colegas tecnofachas, sino de la cobardía con la que funciona el progresismo de salón cuando el ambiente no ayuda al linchamiento público. El último ágape cancelatorio aún coleaba en la gala del domingo, con el señalamiento a la protagonista trans de ‘Emilia Pérez’, a la que aún hicieron los presentadores la gracieta de soltarle alguna recriminación durante la fiesta. Años de cancelaciones y juicios sumarísimos, de apartar de la industria a cualquiera que fuera denunciado, años de impostado progresismo, en defensa de las nuevas políticas del momento, pero ayer los muy valientes portavoces del cambio, los osados mirmidones del calcetín al revés, enmudecieron ante dos meses de salvajismo, dos meses en los que el presidente se ha pasado las leyes por el refajo, ha conculcado la Constitución para robar a los hijos de inmigrantes la nacionalidad estadounidense, ha expulsado con brutalidad cruel a miles de extranjeros de forma arbitraria, ha despedido a decenas de miles de empleados federales, ha impuesto aranceles a medio mundo, ha humillado vilmente y amenazado con destituir al líder de un país soberano, que lleva tres años enfrentándose a un criminal que decidió volver a invadir Ucrania. Por no hablar de sus mentiras, su agresividad y su sexualidad depredadora, condenada por la Justicia. Un crack, el tío.

 

Ni una sola palabra en la gala más política de todas, sobre la peste que sufre la democracia más antigua del planeta. La gala de los Oscar 2025 fue la prueba de que este Hollywood ayer tan radical, hoy tan tolerante, aplica la lección de no morder la mano del poder –del verdadero poder- especialmente si quien manda es Trump, alguien que ha demostrado su extraordinaria capacidad para vengarse. Durante años, los Oscar fueron la tribuna perfecta para discursos inflamados y gestos de auténtica rebeldía contra el poder de entonces, un poder blando, democrático, poco dado a pasar factura. En esta edición, marcada por el regreso de Trump a la Casa Blanca y el ascenso de su retórica contra lo que él llama el wokismo (hoy todo es o puede ser calificado de woke, como nos ha recordado el diputado Rufían en su diserto más reciente y efectista), la Academia optó por la prudencia. No hubo ni una condena directa a los desmanes de estos dos meses, no hubo oratorias desafiantes. Solo un elegante y cuidadoso equilibrio entre la diversidad simbólica y la autocensura preventiva. Una gala con premios cobardes y discursos ambiguos. Las películas elegidas por la Academia reflejan esa ambigüedad. El musical sobre un capo del narco que cambia de género para redimirse, que obtuvo 13 nominaciones y se convirtió en un fenómeno global, quedó salomónicamente fuera del premio mayor. La Academia optó por una decisión hibrida entre el castigo a la trans de derechas y no buscarle las cosquillas a la contrarrevolución cultural trumpista en su apogeo. Lo mismo pasó con ‘The Brutalist’, la historia de un arquitecto judío que lidia con sus traumas y obsesiones: se perfilaba como favorita, y su protagonista, Adrien Brody, ganó como Mejor Actor, pero el oscar a Mejor Película fue para la inocua ‘Anora’, un drama sobre una putilla simpática que quiere escapar de su triste destino. Una ‘Pretty Woman’ empoderada: una peli tranquila, bonita, sin riesgo alguno. ¿Y la biopic de Trump? Una peli espléndida, un retrato perfecto de lo que ese hombre tiene dentro. Prácticamente clandestina en su exhibición, llevada a los tribunales por Trump, prohibida en la India, Emiratos y Rusia, maltratada por la Academia con sólo dos nominaciones, ‘The Apprentice’ no sacó ni para pipas. Véanla en Movistar, es magnífica.

 

Desde la victoria de Trump, Hollywood se ha colocado en modo supervivencia. En pasadas ediciones la industria festejaba su diversidad sin miedo a represalias. Pero con un presidente que critica abiertamente cualquier cine en el que no salgan vaqueros o boinas verdes, y que amenaza con cortar beneficios fiscales a las productoras, los estudios han preferido no provocar. Este año se evitó a machamartillo cualquier enfrentamiento directo con el nuevo orden trumpiano. Los estudios se preparan para operar en un mercado cada vez más hostil a los discursos progresistas. ¿Es una estrategia para la resistencia o una rendición?

 

Ayer leí en el Hollywood Reporter (traducido por Google, mi pobrísimo inglés no da para más), que la Academia simplemente está siendo pragmática, que en tiempos de incertidumbre política es mejor mantener un perfil bajo. Yo diría que la prudencia es otra cosa. Si se trata de dar lecciones de prudencia, me quedo con las de Zelenski. Lo de los Oscar me parece manifiesta cobardía. Hollywood ha decidido callar y adaptarse ante un régimen hostil y abiertamente combativo.

 

La ganadora de la noche no fue ‘Anora’. Fue el miedo. Un miedo que –irónicamente- confirma la base del verdadero poder que sostiene a Trump. En Hollywood, en USA, en Europa… y en todo el mundo.

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