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Miedo

 

  • Redacción NoticiasFuerteventura
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    Las plataformas de la tele se nos han llenado de series que nos presentan un futuro sombrío y peligroso, cuando no directamente apocalíptico. Podría decirse que el signo de los tiempos es tener miedo ante lo que viene. No sabemos cómo será, pero sí que será peor de lo que tuvimos. Pedro no es sólo por la pandemia: de hecho, si no nos descuidamos demasiado y se cumplen los pronósticos en relación con las vacunas (a pesar de los sustos, todas avanzan a velocidad de crucero y alguna podría comenzar a dispensarse a sanitarios y grupos de riesgo en el límite de este año o a principios del próximo), con los datos en la mano, esta pandemia no será más mortal de lo que fueron las dos grandes del siglo XX, las gripes española y asiática. La primera mató más gente que las dos guerras mundiales juntas y después vinieron los felices años 20.

     

    La segunda -la epidemia de gripe asiática- mató a casi un millón de personas entre 1957 y 1958, en un mundo en el que aún no habitaban 2.700 millones de seres humanos. Extrapolada esa mortandad a la población actual, serían casi tres millones de fallecidos, mucho más de lo que probablemente dejará la gripe del coronavirus.

     

    No es solo la pandemia, aunque hoy creamos que la enfermedad marcará los miedos futuros de una entera generación. Lo más probable es que se asuma y olvide en algunos años, como se olvidaron las epidemias anteriores, como se olvidó aquella gripe asiática que mataba niños, y que vuelve cada temporada invernal incorporada y domesticada en la gripe estacional. Dentro de unos años, probablemente a partir de 2022, cuando el coronavirus esté bajo control, comenzaremos a olvidar, como nos olvidamos de las otras enfermedades infecciosas de este siglo XXI: el SARS de 2002 o la gripe aviaria de 2003, que en su cepa H5N1 se convirtió en amenaza para los humanos en 2005; o la gripe porcina de 2009, la más grave de todas, una variante del Influenzavirus A, que provocó entre 150.000 y 575.000 víctimas mortales. O quien piensa en el ébola, aún no vencida, pero olvidada.

     

    Lo que tardaremos años en olvidar serán las consecuencias de la enfermedad: la devastación de la economía, la pérdida de centenares de millones de puestos de trabajo en todo el planeta, la reaparición del hambre en muchas zonas del tercer mundo y en las zonas más pobres de las grandes ciudades desarrolladas. Si no tiramos la toalla en las medidas de contención, la superación de la enfermedad está probablemente más cerca de lo que pensamos. Aún costará un precio alto en vidas humanas, pero la mayoría saldrá de esto. De lo que vamos a tardar mucho en salir es del agotamiento económico, la crisis de la deuda pública, la pérdida de poder adquisitivo y la inflación galopante. Y España probablemente tardará aún más que el resto de las naciones de su entorno, porque somos hoy, sólo por detrás de Perú, el país del mundo cuya producción de riqueza más ha retrocedido en estos meses de reinado absoluto de la enfermedad. Y todo apunta a que eso no va a cambiar.

     

    Eso es lo que realmente da miedo del tiempo que viene: el crecimiento de la pobreza y la desigualdad social, la asfixia de lo público, el retroceso de los avances sociales, la pérdida de rentas, pensiones y servicios de los más desfavorecidos. En España y, por supuesto, también en Canarias, la región más castigada por la crisis en el país que más economía ha destruido.

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