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Cortesía, dignidad y decoro parlamentario. Por Astrid Pérez, Presidenta del Parlamento de Canarias

 

Las buenas formas y las palabras comedidas han sacado adelante más de una dificultad. Esta frase célebre del arquitecto y dramaturgo inglés, John Vanbrugh, sigue teniendo una validez incuestionable a día de hoy, sobre todo en el ámbito político, donde la cortesía, la dignidad y el decoro deberían ser pilares fundamentales de la democracia.

 

Respecto a este tema, en la primera Conferencia de Presidencias de Parlamentos Autonómicos (COPREPA) de este año, celebrada a finales de enero, impulsamos un acuerdo no sólo para rebajar la dureza de algunos discursos sino también para mejorar el tono y la calidad de los debates parlamentarios.

 

En el texto reflejamos que la experiencia en el desarrollo de las sesiones plenarias y de algunas comisiones de los parlamentos autonómicos pone de manifiesto que, desgraciadamente, se produce un exceso de incidentes que sobrepasan el necesario debate crítico y la confrontación de ideas que deben ser propios de las sedes parlamentarias.

 

Interrupciones al orador, gestos inapropiados, murmullos permanentes, discursos orientados a la crispación, entre otros, son algunos de los incidentes que se enumeran. Actos éstos que deslegitiman a las instituciones democráticas y además lastran la confianza de los ciudadanos en los procesos legislativos.

 

No debemos perder de vista que en las entrañas del debate público, donde las ideas opuestas deben converger, no sólo importa el contenido sino también el modo en que se presenta. De ahí que la cortesía, el decoro y la dignidad tengan que estar presentes en las intervenciones públicas, pues con ellos se garantiza un intercambio respetuoso y constructivo en el ejercicio democrático.

 

Sin embargo, estos principios suelen entrar en tensión con la naturaleza competitiva del discurso político. Por tanto, el reto consiste en equilibrar la libertad de expresión con el respeto mutuo, fomentado un uso responsable de la palabra, donde el énfasis no esté en el ataque personal sino en los argumentos y opiniones.

 

La clave está en generar un clima cultural donde la libertad de expresión se practique desde la honestidad intelectual, pero también desde la empatía, el respeto y el reconocimiento del otro como un interlocutor válido, incluso cuando no se comparten sus ideas.

 

Salvo contados ejemplos, tengo la suerte de presidir un Parlamento que lidera en número de pactos, con 118 acuerdos, el listado nacional según un estudio publicado recientemente por la Escuela de Asuntos Públicos de IMF Business School con el título Ranking de actividad parlamentaria. Estudio sobre la productividad, eficacia y eficiencia de los parlamentarios autonómicos.

 

En estos tiempos, donde la polarización y la crispación parecen haber desplazado la esencia del diálogo constructivo tengo que recalcar que esta estadística es el reflejo de la altura de nuestros parlamentarios, y de que en este hemiciclo prevalece el interés de los canarios frente a las políticas partidistas.

 

Confío en que sigamos siendo un Parlamento donde las diferencias enriquezcan el debate en lugar de fracturarlo, y donde la palabra siga siendo una herramienta al servicio del entendimiento y no del enfrentamiento.

 

Debemos hacer que este acuerdo alcanzado en la COPREPA no se quede en la teoría. Asumamos este compromiso de respeto mutuo tanto en los debates públicos como en las reuniones privadas de cualquier órgano. Pues ya se sabe que la integridad es hacer lo correcto, incluso cuando nadie te está mirando.

 

 

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